Reseña de Cristales de Adrián Agosta, editado por La carretilla roja (2023) 


por Julián Forneiro 





Se podría decir que Cristales (La carretilla roja, 2023) es un canto a la infancia pero eso sería escueto por demás. El autor del libro esboza un recorrido por distintos recovecos. Algunos que ofician sencillamente de escondite, y otros que nos dejan, aún, más expuestos. En escenarios barriales y congelados, de engaños e incertidumbres, los poemas de Adrián se mantienen al márgen del paso del tiempo. Buscan un cauce para mencionar dos o tres preocupaciones que se repiten y ramifican a partir de una idea: la muerte, el final, o la destrucción de lo conocido, de lo que amamos, de lo nuestro

 

Todas esas emociones y pensamientos que se desprenden son, en términos generales, algunos de los factores que nutren la escritura. Un lamento al paso del tiempo, un ánima que se alimenta de eso que queda atrás. Se nos presenta, entonces, un nuevo horizonte al que cansados asistimos una vez más. Se pregunta el autor: ¿cuáles habrán sido las razones que nos apuraron a crecer?


Resulta difícil -sino imposible- traducir los lugares donde, siendo chicos, encontramos la belleza, la razón o el sentido de pertenencia en la vida. Aquello que el autor define como la forma pura de la infancia vaciándose en el aire. Resulta natural que, a medida que pasa el tiempo, sea necesario ignorar la pérdida. Aquella fuerza impoluta de la  juventud aparece entonces como un recuerdo o un suspiro aciago, un soplo de tristeza. Algo que, a medida que abandonamos, nos deja imágenes lisas como un hermoso y violento maquillaje. 


Ya en su primer libro Entonces sopla el viento (Elemento Disruptivo, 2019)  la búsqueda de lo que consideramos sagrado se encuentra solapada con los eventos de la cotidianeidad, eso que en primera instancia nos podía parecer mundano, pasa a formar parte de los tótems que mantenemos para conservar cierta parte de nosotros. Sin dejar de pensar que, fundamentalmente, mientras unos crecen, otros mueren. O como bien dijo Nicanor Parra (El árbol de la memoria, 1961): (...) lo único verdadero / que respiramos y dejamos de respirar.


A continuación una selección de poemas de Cristales: 



SIENTO TRISTEZA A TRAVÉS DE IMÁGENES QUE VEO EN EL ANIMÉ


Otro techo desconocido El viento agita las cortinas y esparce pétalos, leyes

dientes de león, óbelos de luz solar, piel y pelos Fragancia de tulipanes Pienso

en ese enorme elefante que hace mil años deambula a solas en el océano

En sus patas llenas de liquen y coral arrastrando los restos de un galeón pirata

Goletas, redes, centenares de esqueletos En su lomo colmado de llagas, guano

pestilente, petróleo y salitre Cadáveres, gaviotas y albatros Las estrellas clavadas 

en el ondulante piélago Las pala con su trompa y no puede Quiere decir me duele

pero no le queda lengua Así de raro me siento Dibujos de humedad

trepan por mis ojos Otro techo desconocido Y en la cocina el sonido de porcelanas

y líquidos De lata y aceros ¿Quién estará en esa cocina? ¿Cabe preguntar ahora? El

elefante de mi pensamiento se ve reflejado en la superficie Intenta recordar 

algo que el agua no haya borrado Unos incisivos de marfil Una latitud oculta Una

fruta que lo hizo reír: la marula Una dura guerra, mercenarios, La oropéndola

que le dijo hola Un amor para siempre que no duró una isla Mira sus orejas

deshilachadas y suspira Quiere volar lejos pero nadie puede



...



NO TIENE SENTIDO QUEDARSE


Cruzando la plaza vemos el ombú sus

raíces en tumescente desparramo

Ahí donde antes

solíamos trepar, comer naranjú

tramar diabluras -abejorros, raspaduras

cableados- ahí está el transa ahora

mascando una saliva vieja cómo chicle

anteojos negros & ojotas Nos espera

con inquietas manos en

su campera & una sonrisa que le abre la cara

de oreja a oreja

Ricky Ricky, eh, Espinosa dice y ja

se jacta: ¿Unos suspiros?

Suena bullicioso el nylon en su bolsillo

y de a poco

se acercan los perros de siempre 



...



LOMA VERDE, UN WÉSTERN


Fue brutal Arrancaron los dos

imantados por una gravedad desconocida, el deseo

de darse muerte


uno con una punta otro

alzando con su solo brazo un pedazo de teja El sol


ardía en el cielo La vieja

Asunta los miró fugazmente desde la ventana

y corrió las cortinas Nadie más


escuchó ese sonido El sonido

que hace una teja al atravesar el cuero, fresco el 

cráneo

el crudo cerebro, el secreto crúor y después


lo que había ahí adentro Eso que 

fuese lo que fuese, fantasma o fuego, se fue





| Sobre el autor |


Adrián Agosta nació en 1994 en Adrogué, Argentina. Es profesor de Literatura. En 2019 publicó el poemario Entonces sopla el viento (Elemento Disruptivo). Forma parte de la antología Constelaciones, de Escrituras Indie, y del libro colectivo El beso que no di, de Ediciones Arroyo. Sus poemas han sido publicados en las revistas digitales MalónMalón, Outsider, y Desconlonizadxs, entre otras. En 2021, sus poemas fueron seleccionados por La Bienal de Arte Joven. 

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