¿Cuál es la poesía del siglo XXI? ¿Qué editorxs están haciendo el trabajo de hallar nuevas voces en la escena literaria? En esta nueva edición de “Bucear en internet y encontrar poesía”, Malena Rodríguez nos da claves para comprender la relación entre literatura, producción, traducción y publicación.


por Malena Rodríguez


Collage digital por Sofía Helena Fontana (ig: @sofihfont)

En esta ocasión conversamos con Daniel Lipara, poeta y editor en Bajolaluna, sobre poesía, traducción, la reciente publicación de su libro en Estados Unidos y amores literarios. ¡Sean bienvenides a deleitarse con las palabras de Daniel!


¿Podrías contarnos un poco acerca del trabajo de traducir poesía? ¿Te ayuda el hecho de también ser poeta?

Me encanta cómo orientás la pregunta hacia el trabajo. Porque el trabajo, me da la sensación, cambia según el poema. Cómo piensa el poema en su gramática y su realidad verbal, además de su terreno asertivo. Qué es aquello que hay que traducir. Tal vez el hecho de escribir poesía me ayude por cuestión de oído, pero no estoy seguro. Sé que traducir poesía me ayuda a escribir. Aunque los límites entre un trabajo y el otro sean un poco ficticios. Pienso en ese espacio liminal que se nutre de todo, sitio poroso y amalgamado entre dos escritorios que al final son el mismo. Hay un movimiento que corre de un lado al otro, que no se puede fijar: no para de empezar de nuevo.¿Qué se mueve en una traducción además de las palabras? 

    Mi primer proyecto más íntegro y desafiante llegó de golpe, como un impulso personal, mientras transitaba el duelo de mi padre. Significó saltar, entiendo ahora, sin saber adónde. Me tiré a traducir para reconectarme con la vida, para acortar la distancia que me aleja cuando siento dolor. Y apareció un milagro en la casilla de correo. Me refiero a Aprender a dormir, el libro de John Burnside. La primera versión literal fue desapareciendo y empezó lo que yo considero es propiamente el trabajo. Como si traducir hubiera sido pasar el pincel del arqueólogo para ir encontrando huesos y excavar, con mucho cuidado, hasta ver una forma. Una forma con sentido propio en castellano y que imantara algo del espíritu concreto de esos poemas. Del aliento que eriza los árboles mientras Burnside camina por el bosque. Trabajar significó interpretar y permitirme libertades, no atascarme en máximas. No me cierran las máximas. Desconfío de la gente sentenciosa que nos viene a explicar qué es y qué no es la poesía. Yo no busqué un ramo de flores impecable: anhelé una planta con sus hojas imperfectas pero vivas. Tal vez haya un esbozo de procedimiento ahí, y me pregunto si también habrá una ética. A mi modo de ver, la poesía tiene el maravilloso don de localizar las palabras. Traducir a Burnside significó salir a cazar atmósferas con el borde del ojo; investigar leyendas y cuentos populares; mirar películas de terror como La mujer pantera y buscar matices en las palabras para algo que está por aparecer pero no todavía. Sus poemas son ecosistemas de transformaciones tenues. Mi trabajo, entonces, fue montar un espacio vecino para que sus espectros pudieran revolotear de un lado al otro sin rasgarse.
Después vino Memorial, de Alice Oswald, su “excavación” de la Ilíada. Y conocí lo hermoso de traducir con amigues, algo que sigo disfrutando y que le recomiendo a quien lea esto. Mi compañera fue Mirta Rosenberg. Algunos fragmentos pueden leerse en la revista Hablar de poesía. Tradujimos literalmente de oído y en voz alta, cuajando cada verso en el aire de su habitación hasta sentir un chasquido y bajarlo a la pantalla. Pasé un mes volviendo cada noche con los pequeños obituarios de la Ilíada y el montaje paralelo de sus símiles. Traducir como huésped, con las voces de Homero, de Oswald y de Rosenberg retumbando en la cabeza. El residuo, el arrastre, como decía ella, de esa experiencia fue, de inmediato, mi primer libro. Otra vida emergió del tono y el lamento de Memorial, de lo que hicimos de él. Traducir fue la pista de aterrizaje personal, plataforma coral para escribir. 


      
Otra Vida fue recientemente traducido al inglés por Robin Myers. ¿Cómo fue la experiencia de leerte en otro idioma? ¿Cómo es el ida y vuelta con quien se encarga de traducir tu obra?

Tuve el extraordinario privilegio de que fuera Robin, una poeta a la que admiro y leo muchísimo, la que me propusiera traducirlo. Y el privilegio no menos extraordinario de que, a la par de la traducción, se volviera mi amiga. Otra vida ya tiene traducción en sus genes. Mis padres, por ejemplo, conversan como Héctor y Andrómaca en el aeropuerto de Ezeiza, pero con los papeles invertidos. Otra vida es claramente un libro personal y autobiográfico, pero su voz no es sólo mía. Por eso considero al trabajo de Robin una continuidad fluida del poema, una ramificación extraordinaria. Robin también fue catalizadora y médium: Another Life es nuestro libro. La pregunta de oficio se mezcló con nuestras vidas, y esa aleación de empatía y trabajo colectivo encendió todo, desbordó el contorno del poema. Su versión es tan fresca y natural que me sigue dejando estupefacto. Desde sus aliteraciones hasta cómo tensa el ritmo acá y allá, con la ternura y lo extático vibrando al mismo tiempo. Hace poco fue la presentación virtual del libro en Estados Unidos. La oí por primera vez leer el poema de mi madre, mixturando su voz con la voz de mi madre. Fue muy difícil mantener la compostura, no largarme a llorar. El talento de Robin es tan apabullante y milagroso como su calidez y su cariño.

¿Puede decirse que Mirta Rosenberg fue tu maestra? ¿Cuáles fueron las cosas más importantes que aprendiste de ella?

En una entrevista, Mirta habla de su vínculo con Hugo Padeletti: “Trabamos de manera casi inmediata una amistad entrañable”, dice. Fue una de las personas que fue, no diría que la que más me enseñó, sino una de las que más yo aprendí, que es diferente. Porque los encuentros nunca estuvieron revestidos de una finalidad didáctica de su parte. Eran conversaciones que versaban sobre múltiples temas, incluyendo la vida personal de cada uno, el estado anímico. Entre los temas que iban apareciendo, estaba la poesía. Lo mismo hizo ella con quienes tuvimos la suerte de conocerla. Mirta y yo fuimos vecines, me parece importante decirlo. Hacía veladas de lectura en su casa. Así conocí a poetas y amigos como Liliana García Carril, Ezequiel Zaidenwerg, Alejandro Crotto, Hernán Bravo Varela, Horacio Zabaljáuregui, Alberto Carpio y Ana Sánchez Acevedo; a su gran compañero de traducción que fue Gastón Navarro; a Miguel Balaguer y Valentina Rebasa, mis compañeres de Bajolaluna. Ella componía así también: un enorme árbol familiar de personas amadas. Vivía la poesía con la curiosidad, el deseo y el don de compartirla con otres. Y a lo que cuenta sobre Padeletti, donde está todo dicho, le agregaría algo. Ella fue quien entendió el momento y la manera de alentarme a escribir. Y que se escribe a fondo. Fue la que mientras yo escribía Otra vida, me enviaba audios preguntándome ¿ya escribiste, Dan? Vení, leeme. Hay que tener mucho ojo para saber cuándo encender el salto. Mirta es aliento que te lleva al lugar donde la poesía confluye con la vida y viceversa. La fuerza que me llevó a tomar el riesgo irreversible de poner en juego algo de mi experiencia en la escritura. Esa manera áspera a veces de escribir, y que al final te expande, que ensancha al yo. De ella aprendí la arrasadora y empoderada vulnerabilidad que destilan sus últimos libros. A no caer bien parado, a buscar más allá de mis preconcepciones y mi zona de confort. Y que la poesía, sobre todo, tiene muchas maneras. Mirta sigue siendo el idioma de una conversación. Y esa conversación es la poesía. 



¿Cómo fueron tus comienzos en el mundo editorial? Contanos sobre tu experiencia en Bajolaluna.       


También por Mirta, que fue la fundadora de Bajo la luna nueva hace treinta años. Me propuso entrar a la editorial donde hoy trabajo con mis compañeres en una montaña rusa vertiginosa. No es fácil, hay que aprender muy rápido. Bajolaluna se describe como “el fracaso editorial más duradero de la industria editorial argentina”. Cuesta durar, pero el resultado es fantástico. Mi trabajo está más enfocado en las librerías, pero también me permite meterme en proyectos maravillosos como por ejemplo la antología de José Watanabe, Animal de invierno y otras bellezas que saldrán muy pronto. Stay tuned


¿Une autore que te haya influenciado o que admires?

La citada Alice Oswald. Leanla, no se pierdan a la mejor poeta que hoy vive entre nosotres.  


¿Tenés alguna obsesión literaria o tema que te mantenga en vilo?


Ya deben sospecharlo. Digo homero en minúsculas porque se trata más de un espacio abierto, de un milhojas de voces, que de una autoridad canónica en la cultura de nuestra historia patriarcal. Mi homero es herencia de mujeres poderosas como la propia Mirta, Oswald, Simone Weil, Caroline Alexander y Emily Wilson. No como la exaltación guerrera sino como un lamento trágico sobre la destrucción, el brillo arrasador de una vida y la mortalidad. Un espacio donde encuentro una fluidez extraordinaria entre el mundo humano y el de los animales o los árboles; donde la identidad particular se transmuta con la naturaleza. Me permite pensar continuidades y discontinuidades entre presente y pasado. Voy a homero, como dice mi amigo Alberto, no desde lo sustantivo sino lo verbal. No como nombre propio: como la manera que encontré de acercarme al dolor y la belleza de lo que está vivo. 


¿Te acordás de cuál fue el primer libro que leíste? también podés contarnos sobre tu libro favorito de cuando eras chico. 


Envidio a las personas que recuerdan sus primeras lecturas. Yo no fui un gran lector, me gustaba dibujar historietas y tocar la guitarra. Sí recuerdo un libro de mitos griegos que llevaba a la escuela en tercer grado. Y los pequeños tomos blancos de Página|12 con pasajes de la Odisea y otros mitos. Nunca había pensado en eso, ahora tiene sentido. 


 

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