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Entro en la casa, detrás de mí, la Ely y última mi vieja puteando porque no apagamos la luz de adelante. Dejo la campera en una silla y me meto rápido en el cuarto. Sé lo que se viene. Aunque cierro la puerta la escucho.
me van a matar, ustedes me van a matar, yo no sé qué mierda van a hacer con sus vidas, pero a mí me va a dar algo, si no me matan ahora, laputamadrequelasparió, no me matan más, al final, doña María tiene razón, todo esto es un payé
La Ely se lo dijo, habló de más. La estúpida se mete donde no se tiene que meter y ahora está muda. Ella no tiene nada que ver en esto, pero mi vieja hoy, cuando nos dijo que iba a solucionar todo, no le dio la opción de quedarse en casa. Mi hermana y yo somos muy distintas,  pero para mi vieja somos la misma cosa. La llevó para que aprenda. Quiero fumar. Como una boluda dejé los cigarrillos en el bolsillo de la campera y prefiero no salir del cuarto. Busco en el roperito algún paquete escondido, se me viene el quilombo de la ropa encima. No logro evitar que caiga todo al suelo. No aparece ni un pucho.
No hizo falta que le dijéramos al médico por qué estábamos ahí. Nos miró con la seguridad del que nunca va a estar sentado de nuestro lado del escritorio. Ser hombre le da ese privilegio.
—Ustedes ya saben que lo hago porque las conozco– dijo, aunque era la primera vez que la Ely y yo lo veíamos en nuestras vidas.
Estoy casi segura de que mi vieja tampoco lo conoce. Anoche, después de enterarse pidió recomendación en el geriátrico diciendo que el problema lo tenía la hija de la vecina.
—Lo vamos a hacer cuando reúnan el dinero. Es un procedimiento rápido, sin complicaciones. Traten de que no pasen más de dos semanas.
Mi vieja, que ahora no para de gritar, con el tipo enfrente estaba muda. La ropa tirada en el piso me parece una tragedia.
La Ely entra en el cuarto con un cigarrillo prendido y me lo alcanza. Se lo agarro. Pendeja por qué no te encargás de averiguar de dónde saliste en vez de meterte en mi vida, pienso. No le voy a hablar, voy a seguir guardando la ropa en este armario de mierda. Cuando logro hacer un bollo, se vuelve a caer todo. La Ely levanta una remera y se la prueba.
—¿Por qué nunca te ponés estas cosas? Me queda enorme –dice mirándose al espejo. Se la saca–. Probatelá.
A mí me queda bien, no sé por qué no la uso. La Ely revuelve entre la ropa del piso y elije un jean.
—Con éste te va a quedar re piola.
de qué se van a ocupar, si no saben nada ustedes, nada de la vida, de todo me tengo que ocupar yo
Cuando el tipo se dirigió a mí sola por primera vez, me preguntó la fecha de mi última menstruación. La estúpida de la Ely, que ahora espera para ver cómo me queda el jean, no me miraba. Como si tuviera miedo de contagiarse. Mi vieja y el médico me clavaban la pregunta con los ojos. Quise tragar saliva. Moví los dedos como si estuviera contando, no tenía idea ni la más puta idea. 
—No sé –dije.
Todos seguimos en silencio. Traté de relacionar: imaginé las toallitas en el bolsillo, en la cartera, en el baño, pero no las pude unir a ninguna fecha. Nada. Él por fin dijo:
—Pensá un poquito, es un dato fundamental.
Otra vez me miré los dedos y conté por contar. La boca y la memoria seca.
—Pobrecita. Si no saben ni la fecha de su última menstruación, cómo no van a quedar embarazadas. –El médico me señaló la camilla sonriendo. –Es una pena que no se acuerden porque eso facilitaría muchísimo las cosas.
Tuve ganas de decirle que no hablara de mi hermana y de mí como si fuéramos la misma persona y como si no estuviéramos. También me hubiera gustado decirle que es un dato que él nunca, en su puta vida de macho, tendrá que recordar y que gracias a las pelotudas que no recordamos la fecha, su negocio tiene clientas en la sala de espera. Seguí en silencio, preferí que mantuviera esa sonrisita falsa. 
—El dieciocho del mes pasado –dijo la Ely.
El médico me preguntó si era cierto y me ordenó que me acostara en la camilla con el pantalón desprendido, tan desprendido como este jean en el que trato de meterme y no me entra ni en pedo. Ecografía. Ninguna de las tres miramos la pantalla.
—Sí, la fecha coincide. Pero habría que hacerlo lo antes posible.
Me miro en el espejo. Todo el orto afuera del jean. Mi hermana se acerca y empuja desde la cintura del pantalón hacia arriba.
—Hundí la panza y no respirés –dice mientras hace fuerza.
El médico tiró un precio, no sé si alto o bajo, igual no llegamos. Mi vieja, muda. Las tres, mudas. El médico entendió que no teníamos un peso. 
—Quédese tranquila que la consulta no se la cobro.
Mi vieja no le respondió y eso me dio mucho miedo, más miedo que la mano del médico extendida para saludarnos. 
con qué cara voy al trabajo a hablar de este asunto, pero, claro, dónde van a conseguir a alguien que las ayude si la única que frega como una burra soy yo, ni las luces de afuera apagan, igual que la Verónica van a terminar
Largo de golpe el aire que vengo conteniendo para que el pantalón abroche. La Ely y yo nos miramos. Ella deja de forcejear conmigo y con la ropa.
—¿Cómo terminó la Verónica? –me pregunta.
—No sé. 
—¿Qué mierda quiere decir con eso?
—No sé, nena, ahora tengo que pensar cómo voy a hacer para conseguir la guita y para aguantar dos semanas con esto. 
—Seguí pensando, Jesi. Si no fuera por mí, todavía ni te pones pilla de que estás preñada –la Ely sale de la habitación y le grita a mi vieja.
—¿Cómo terminó la Verónica?
estas chicas andan todo el día en la calle, una se rompe el alma para darles lo mejor y así es como le pagan, que tengan cerraditas las piernas, es lo único que se les pide y no lo hacen
La Ely da un portazo en el baño. Me tiro en la cama y sigo tratando que el cierre suba. No hay caso, revoleo el pantalón a la pila de ropa en el suelo y me quedo acostada en bombacha. Al rato, mi hermana vuelve. 
—La Loreta nos puede dar una mano.
—No, olvidate, no voy a dejar que esa vieja sucia me toque. Ya me voy a arreglar.
—Claro, si vos te las sabés todas. Tomatelás, Jesi -hace una pausa y revuelve la pila de trapos en el piso–. Si el jean no te entra, me lo quedo.

—Sí que me entra, estúpida. Dejá eso ahí.

| sobre la autora |
Mariana Komiseroff nació en Don Torcuato, provincia de Buenos Aires, en 1984: es escritora, directora y crítica de teatro. Publicó el libro de cuentos Fósforos mojados (2014) y la novela De este lado del charco (2015; seleccionada por el Frente Editorial Latinoamericano para la Hot List en la Feria Internacional del Libro de Frankfurt en 2017). Acaba de publicar Una nena muy blanca. 

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