por Gabriela Clara Pignataro
Raúl Zurita
nació en Santiago de Chile en 1950. Fue un poeta antisistema y un artista de
vanguardia. Como militante del Partido Comunista y tras el Golpe Militar, fue
detenido y encerrado en una de las bodegas del barco Maipo, donde fue torturado
junto con mil doscientas personas más. Este hecho lo va a marcar para el resto
de su vida.
En los ´70
comenzó a formar parte del grupo CADA (Colectivo de Acciones de Arte), junto a
los artistas "Lotty" Rosenfeld, Juan Castillo y el sociólogo Fernando
Balcells, el cual se basaba en el uso de la ciudad como un espacio de creación.
Junto a ellos realizó diversas acciones de arte con las que pretendían ampliar
e integrar los conceptos de arte y vida en una forma creativa y crítica,
demostrando a la vez una clara oposición a la institucionalidad impuesta por el
Gobierno Militar, que gobernaba nuestro país en aquel momento. De todos los
integrantes del CADA Zurita era el más radical.
Zurita sufrió de
una psicosis epiléptica, la cual lo llevó en parte, a cometer variadas acciones
que intentaban usar su cuerpo como instrumento de expresión. Entre ellas se
encuentra quemarse una mejilla con un fierro candente y volcarse ácido en los
ojos, tentando constantemente el límite de lo corporal como material
performático-expresivo.
En palabras del
mismo Zurita, el poeta no debía estar desligado de las otras artes, es decir la
escultura no debe ser sólo para el escultor, ni el cine sólo para el director o
el actor; sino que debía ser un todo integral: la expresión debía ir más allá
del anquilosamiento en que la definición del arte consumado, ortodoxo y académico
lo colocaba. En esta línea de pensamiento y accionar, en 1980 con el humo de
una avioneta, escribe unos versos en el cielo de Nueva York, con el fin de
poder expresarse más allá de las limitaciones del soporte textual, desobedecer
el signo lingüístico, dar un mensaje efímero , espacial y abierto.
Entre 1979 y
1993 atraviesa un proceso que lo llevará a escribir su primera obra,
"Purgatorio" en 1979, luego "Anteparaíso" en 1982 y
"La vida nueva" en 1993; tres de sus obras más importantes, que
conjugan su vida, su estancia en varios estados y delinean en su progresión
como unidad de sentido la propia evolución del poeta.
Con el paso del
tiempo se convierte en un ícono de la literatura chilena, el action-writing y
la performance artístico-política, siendo galardonado con los mayores premios
de reconocimiento internacional como el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo
Neruda. A los 67 años de edad, pese a portar un Parkinson muy avanzado, el
poeta continúa con presentaciones en vivo que enlazan música y poesía en una
mixtura que tiene al cuerpo y la voz como soporte, mediación y expresión.
El yo y su cuerpo. El poeta y su acción.
La vinculación
entre estética y política en la obra de Zurita es estrecha. Su poesía es mapa
del devenir histórico-social del territorio chileno. Zurita trae constantemente
la idea de su cuerpo y su nombre como referencia diegética del poema: Zurita
nos habla desde Zurita y no desde otro; desde su ser Zurita en Chile antes, durante y después de los crímenes de
lesa humanidad perpetrados por la dictadura militar chilena, desde las marcas
esgrimidas en su propia piel.
No hay en este
autor intención alguna en dislocarse de su nombre propio, autor, sujeto y
ciudadano, para erigir una voz poética divergente. Es su voz poética ese yo
lírico que se encarna desde la crudeza de la experiencia corporal, material y
se vuelve a veces poema. Otras veces intervención audiovisual, otras veces
palabras escritas en humo en el cielo, estampada en las paredes.
No es detalle
menor que el poeta haya usado su propio cuerpo como experiencia performática y
formadora, una dimensión de su ser en el
mundo en plena ejecución, su cara cortada marcada, traspasa del cuerpo al
poema:
Mis amigos creen que
estoy muy mala
porque quemé mi mejilla.
Purgatorio.1982
XXII
Destrocé mi cara tremenda
frente al espejo
te amo –me dije- te amo
Te amo a más que nada en el mundo
Purgatorio.1982
La relación
entre el cuerpo y la poesía, es en Raúl, un vínculo en permanente tensión y
retroalimentación. Su corporalidad fuente sensorial, registro, huella mnémica
que se manifiesta en los soliloquios poéticos; su propia mejilla quemada en la
tapa de sus libros.
La
autorreferencia nominal y corporal, se constituye como elemento central en su
poética: un yo dicente, enunciado, que se nombra. No se enmascara, ni rehuye,
se hace presente. Un yo que denuncia desde ese cuerpo magullado, malherido,
torturado.
Este
desdoblamiento del yo, es una operación que aparece en varios poemas de Zurita
en la acción de nombrar el horror, el desplazamiento a la tercera persona del
singular confiere una distancia que posibilita una postal, un encuadre externo
producido desde sí: la construcción de una perspectiva poética desde el punto
de vista del autor que involucra la experiencia biológica de percepción propia
y singular.
Se pone en juego
en dicho cruzamiento una tensión temporal: el yo desplazado evoca presente la
vivencia del yo primera persona del pasado. Hay un yo que observa, que mide,
que trafica las experiencias y los recuerdos: un yo que se desarma frente a
frente a las pesadillas y los sueños:
Oye Zurita -me dijo- toma a tu mujer
y a tu
hijo y te largas de inmediato”
No macanees -le repuse- déjame dormir
en paz,
soñaba con unas montañas que marchan
...
“Olvida esas estupideces y apúrate
-me urgió-
no vas a creer que tienes todo el
tiempo del
mundo. El Duce se está acercando’’
Escúchame -contesté- recuerda que
hace mucho
ya que me tienes a la sombra, no
intentarás
repetirme el cuento. Yo no soy José.
Zurita, en Anteparaíso. 1982
Por otro lado,
la figuración de Zurita como
sustantivo participa de una constante transfiguración. Zurita es Raúl Zurita,
pero en su repetida invocación se vuelve objeto nombrado, atraído, configurado.
La palabra Zurita, se vuelve de alguna manera, sustantivo de otra cosa que
amplía su significación en un sentido peirceano. Sin ser plural, colectiviza
voces al volverse un elemento que nombra en cierta manera, todos los fantasmas
y ausentes que el mismo Raúl ha visto escurrirse.
El sustantivo
Zurita, habla por el escritor y también, por la memoria de Chile: ese Zurita
que dice, va, viene, despliega los movimientos de alguien que estuvo alguna vez
en el epicentro del horror como muchos otros.
Chile: océano, desierto y cordillera. La
geografía del poema.
Encontramos en
la poética de Zurita, ciertas figuras que retornan en su repetición como motivo,
en su insistencia como fantasma perpetuo a ser (de)velado. Tal es el caso del
uso de Chile como sustantivo propio, que sufre una transformación hacia lo
común. Chile es el nombre de un país, que en la obra de R.Z se carga
simbólicamente de otras inscripciones en el imaginario colectivo. Chile aparece
en este caso como una fuerza abstracta, potencial. Chile como una idea, como el
reflejo del imaginario de lo negado y también como promesa: Chile como el amor,
como la tierra prometida, Paraíso. Hay en todo el libro Anteparaíso una constante alusión al lenguaje bíblico y profético,
desde una materialidad tangible: esa tensión nombrada anteriormente entre lo
sacro/profano, lo real/abstracto, el cuerpo y el espíritu. Chile consuma en sí
también la dualidad: es terreno y es imagen, es reflejo y es idea, es sueño y
pesadilla.
En El amor de Chile se evidencia la
ausencia como objeto indirecto de ese Chile sujeto, que llora sus muertos. Este
sustantivo propio colectiviza en nombre de Chile a todos los chilenos que han
desaparecido, ser el sueño como ser aquellos que se levantaron en “el sueño de la revolución” y todo el
amor perdido.
Nicho Argentina. Galpón 13, nave y
nicho remitido bajo el país Perú y
sobre el país Chile. De tortura en
tortura, desaparecimiento y
exterminio
quedó hueca, como los países
nombrados, y la noche no tuvo donde
caer ni el día, Amén. País
desaparecido
del horror tras los cuarteles.
Desde allí el viento silbó sobre la
pampa inexistente y apagándose se
vieron las masacradas caras, Amén
Canto a su amor desaparecido. 1985
Es notable como
opera aquí el desplazamiento del sustantivo propio al común “Nicho Argentina”
“país Perú” “país Chile”. Como si el nombre propio per se hubiere perdido su
densidad y fuera necesario reforzarlo con otro sustantivo para explicitar de
qué estamos hablando. Cómo si tanta tortura y desaparición, hubiera exterminado
también el nombre. Chile podría ser un país u otra forma de nombrar la muerte,
el horror de los cuarteles. Chile como figura flaca, la idea de algo indecible
que excede los márgenes de su geografía política.
Por otro lado,
hay una estrecha figuración entre el océano, el desierto y la cordillera como
configuración del paisaje chileno, pero también como paisaje testigo, el único
que luego de tanto vaciamiento puede hablar y decir lo que los muertos callan,
lo que los sobrevivientes todavía mascullan.
La vivificación
del paisaje como organismo vivo, sintiente lo vuelve de alguna manera un objeto
animado que actúa como médium de lo acontecido. Las montañas son el
desplazamiento de la voz de los que no tienen voz, en esta figura de lo eterno,
lo arcaico y lo permanente se asume el tránsito de lo imperecedero, lo
transigente: lo humano. Pero quizás sea la memoria y el recuerdo, la voz de lo
que trasciende de una generación.
En Inri por otra
parte, el poemario adquiere una atmósfera de lo crístico que se crucifica en el
paisaje como cuerpo, en el cosmos como lo descendido “Las margaritas se doblan ante la cruz y gimen. En una tierra enemiga
es cosa común que las estrellas formen una cruz sobre nuestras caras muertas.”
La voz poética destruye lo que afirma, resucita en la repetición: lo que va afirmando es el lugar imposible de un yo
lírico, a la vez muerto y vivo, sepultado y ahogado, mudo y parlante. La voz
del que sobrevive, en tanto todo lo que amó ha muerto.
La alusión a la crucifixión, que se construye como
metáfora de la historia chilena como una matanza sacrificial, cuya empiria es
irreproducible, de tanto horror es innombrable de manera unívoca y directa
siendo su escenificación posible sólo a través de un registro distanciado,
materializado en las fuerzas naturales y motivado en lo sublime y perenne del
paisaje. Como si se
tratase de una reconfiguración de lo bíblico en una puesta en diálogo con una
resignificación de la Divina Comedia, la cual trae entre títulos de sus obras Purgatorio, Anteparaíso, La Vida Nueva; reconfiguración
a través de la cual el yo lírico hace su propio camino del héroe en busca de la
redención como se esgrime en Atacama:
ii. Miremos entonces nuestra soledad
en el desierto
Para que desolado frente a estas
fachas el paisaje devenga
una cruz extendida sobre Chile y la
soledad de mi facha
vea entonces el redimirse de las
otras fachas: Mi propia
Redención en el Desierto.
Purgatorio. 1982
La puesta en relación entre lo solemne
y lo cotidiano, antes nombrado, reaparece aquí en esta tensión entre el
lenguaje coloquial “la facha” y la
imagen de la cruz. La convivencia de lo divino con lo corporal, como una
ambivalencia de la existencia que radica en la misma angustia de ser. La
angustia individual, el trauma social, la hendidura de lo irreparable. De
alguna manera Zurita construye a través de las montañas, el océano y el
desierto una fábula arquetípica de la cual se sale, redimiéndose a diferencia
de la realidad; donde nada repara los cuerpos ausentes ni torturados, siquiera
la crucifixión de algún Cristo.
Oye
Zurita -me dijo- sácate de la cabeza esos malos pensamientos
La voz y la
poética de Zurita se construye desde la experiencia de ser carne en el mundo.
Experiencia arraigada, para el poeta en sus años de militancia y vanguardismo
artístico. El fenómeno de sus performances artístico-políticas, action writing y action art se traduce a lo largo de su obra poética en la
inscripción de su yo enunciativo como yo lírico: tampoco aquí Zurita se separa
de su cuerpo, está en el poema llamándose a sí y desde sí nombrando.
La recurrencia de
ciertas figuras y simbologías, como un motivo presente y transversal a lo largo
de toda su producción, por un lado el
espiral de ascenso: Purgatorio, Anteparaíso. Podemos pensar la consecución y
progresión de estas obras como el anuncio de quien ha venido del Infierno en
busca de redimir las pesadillas, de expiar el sueño pesadillesco, de librarse
de lo tortuoso. La Divina
Comedia de R.Z tiene lugar en los Andes y el Pacífico, dónde se reinventan los
círculos del infierno.
Chile, el
océano, la cordillera, el desierto como figuras de un estilo rítmico: Zurita
repetirá estas formas, en incontables maneras con variaciones semánticas,
asociativas, formales en su poética. Estas figuras, funcionan como notas de una
partitura que a lo largo de la obra van dibujando línea tras línea un mapa. Son
el cuerpo de lo que no tiene cuerpo, el cuerpo de la ausencia, de lo que no se
nombra, de lo que no ha retornado y sin embargo punza, fantasmal y persistente.
Toman el lugar de los cuerpos hundidos, de la noche sin ojos; hablan por un
territorio vaciado desde la permanencia de su existencia, sólo una piedra puede
atestiguar sin quebrarse.
La singularidad
de la voz poética de R.Z radica en una economía de temáticas centrales, que en
su combinación producen imágenes que desbordan lo concreto de su textualidad. Zurita
habla todo el tiempo de lo que lo hace temblar: la violencia política en todas
sus formas y lo vuelve poema. Cada texto de su producción poética retoma un
sentido que sigue moviéndose, desde poemas previos, de manera subyacente las
formas se nombran unas a otras, llamándose. Un tejido vivo como los picos de
las cordilleras,el amor pegado a las rocas, un país doblado sobre sus propias
rodillas.
Formas que se nombran unas a otras, como estrellas de una constelación que hundida en el Pacífico ilumina las zonas oscuras.
Formas que se nombran unas a otras, como estrellas de una constelación que hundida en el Pacífico ilumina las zonas oscuras.
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