por Ariel Fernández
No cualquiera puede ser un poeta, y mucho menos un buen poeta. De alguna manera la poesía debe tener la cualidad de amalgamar palabras que de otra forma no se juntarían, y que el resultado final sea algo bello, pero también una fuente de incomodidad que tranquiliza.
En Agua (Viajero insomne 2015) Diego Ravenna nos muestra que es un poeta. Por un lado une palabras que forman un cúmulo de sensibilidad adecuado, y por el otro, el libro nos incomoda, nos genera tristeza y nos empuja a seguir adelante.
Ravenna con delicadeza nos arrastra al recuerdo, a los duelos en forma de agua que cada lector sabrá acomodar al recipiente adecuado:”la infancia fue materia dócil/sobre la que el tiempo labró todas formas/posibles de una pérdida”. Es imposible no pensar en el agua que recorre nuestro cuerpo.
En esta obra la poesía fluye, corre libre y hace que Ravenna pinte un cuadro de la memoria donde la única manera de redimir el pasado es el recuerdo, es la poesía: “lo que hace falta hay/que imaginarlo”.
Las preguntas alrededor de lo que pasa en el mundo sobrevuela la poesía de Diego y nos deja un sabor ácido que nos lleva a disfrutar de la falta de preguntas y, principalmente, de respuestas) sobre todo aquello que inevitablemente nunca podremos cambiar:”nunca entendí si el recuerdo/es una intensidad del olvido/ o si es dejar que el deseo se obstine/ en lo que ya no puede ser”.
El lector se pondrá frente a frente ante la lucha entre Eros y Tánatos, entre lo perdido y lo que se puede tener, será un espectador de lujo y hará sus apuestas, y muy a su pesar, creerá en la victoria de la muerte, sin embargo, Diego deja un hueco, un vacío para que el agua como el deseo fluya en forma de versos, y entonces descubrimos que mientras hay deseo hay vida, y la vida para ser mejor debe mutar en poesía, para sentirnos a salvo, al menos por un momento.
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