Una aproximación al nuevo disco de la poderosa banda neuquina. Una
punta del interesante ovillo de guitarras y letras sospechosamente light.
Por Sebastián Rodríguez Mora
Blanco, blanco como esta hoja. Viento shoegaze, arpegios y bases de
viola tendiendo a la hipnosis. Un inicio ineludiblemente pop con “Alejandro el
cheto”, herencia de esta época de canciones. Encanto es un disco para equivocarse, porque detrás de la potencia
hay una cosa como de alejarse del cuerpo, de la carne que sufre el frío del
invierno en Buenos Aires, la ciudad que recibió a estos neuquinos en el centro
de la escena independiente hace un par de años. Son 30 y pico de minutos para
creer que la idea viene por este lado, pero al final no.
Engañan la tapa y su arte cálido, casi como poner esos cuadros de
Vermeer a vivir. Otra vez, engaña la energía liberándose en forma de optimismo
instrumental de “Un kilo”, porque pareciera que sonaran adentro del ambiente en
que se está parado, sin embargo pasado ese momento la voz de Robi y Diego está
un poco deshumanizada, colgada: “Piso en
el barro/en este pantano/todo es conocido/en este pantano/y vuelvo al principio”.
La misma imagen que se puede tener de las cosas está corrida, desfasada en “El
pantano”. Reconocer tus huellas en un cenagal implica necesariamente un poco de
conocimiento del terreno, de repetir el chapoteo una y otra vez, como un
laberinto que se habita. Pero en la música es donde todo se extraña y se
complejiza, se vuelve reflexivo; un paso apenas más atrás del día a día humano.
Grabado en Estudio El Árbol y disponible en Bandcamp desde fines de
abril de 2013, la última placa de AHT tiene una joya despojada, prolija, sobria
que se llama también “El Encanto”. Con alguna que otra reminiscencia a Viva
Elástico, no hay dudas de que este tema resume la intención del disco:
sensibilidad para construir una base melódica que se va inundando de guitarras
a puro efecto, para lograr un pico de épica sonórica justo antes del final. Y
las voces como buscando, pintando con un pincel de notas acariciables. Sin
dudas el punto más alto del disco.
En resumen, vale la segunda, tercera, milésima escucha, para ir
desentrañando lo oculto en el superficial encanto del álbum, que cierra a toda
marcha de pedales en “Por el río”. Es algo como lo que ocurre con Los Reyes del
Falsete: esas guitarras ligeras esconden un vivo asesino y atronador. Y esta
nueva versión de AHT se presta para que nos acerquemos al escenario cuando
ellos estén ahí arriba, desatando la tormenta meticulosa y compleja de sus
canciones.
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