El documental “Los jóvenes
muertos” condensa en sus imágenes la soledad y la melancolía, detonadoras de
una ola de suicidios juveniles.
Por Victoria Caracoche
Pensar el suicidio como un fenómeno colectivo es una triste realidad.
El primer largometraje de Leandro Listorti, “Los jóvenes muertos” (2010), procura
sencillamente conducirnos por ese camino que nos lleva a conocer el contexto
donde los hechos ocurrieron. Este director es cauto a la hora de mostrar y
asimismo, como contrapartida de lo que deja ver, abre nuevos interrogantes sobre lo acontecido.
El documental es una crónica breve basada en la ola de suicidios juveniles que
ocurrieron desde finales de la década de los noventa, y hasta hace no muchos
años atrás, en Las Heras, un pueblo petrolero perdido en el desierto de Santa
Cruz. Inexplicablemente, como contagiados de dolor, más de una veintena de
jóvenes, en su mayoría hombres, tomaron la decisión de no seguir viviendo. Estos
hechos marcaron al lugar y sus habitantes.
Apoyado en la imagen como ventana hacia ese micro mundo, Listorti
nos va llevando por el pueblo a través de planos fijos de extensa duración,
como una manera de contemplar la nada misma. Todo es aridez, desierto, vacío.
En esa expedición melancólica, conocemos el cementerio, las plazas,
el club, la escuela, el basural, las iglesias evangelistas. Y el desierto otra
vez. La estación de tren abandonada. Y las bombas de petróleo como la excusa
que mantiene un pueblo fantasma.
Una fotografía imponente regala cielos patagónicos, la composición es
atractiva siempre, geométrica, cruda; los tiempos de cada plano oprimen y
cuestionan la maldición de la muerte. Y es a partir de esa incomodidad que
empezamos a preguntarnos por qué. ¿Fue la desdicha del sin futuro? ¿La quietud
aterradora de un pueblo olvidado? ¿O la depresión traicionera de una juventud
alejada de todo? Sólo conjeturas. Sólo fantasmas.
Siguiendo esa línea, nadie habita en esas imágenes. No hay rostros,
no hay vida, nadie ocupa estos espacios, ni siquiera aquellos que transitan cotidianamente.
Puro vacío: las calles, el parque, la cancha. El paisaje es cruel y la realidad nos devuelve como una flecha a la rutina.
Sólo algunas voces que sirven de testimonio cuentan algo, lo mínimo.
Relatan lo anecdótico, una ínfima porción de historia, su existencia adversa en
el desierto patagónico. Anónimos en off que hablan de contaminación, la
incidencia de cáncer, los pozos petroleros y casi nada sobre estas personas que
hoy ya no están. Pero un testimonio sobresale, es el de una madre, símbolo
único del dolor. Cada secuencia está dividida por placas negras con el nombre y
la fecha de nacimiento y muerte, como único dato fehaciente y tangible de cada
uno de estos jóvenes.
Escasea la información en este documental atípico; porque la
búsqueda minimalista indaga en el desasosiego, en la incógnita del tormento
personal, en la soledad como un sentimiento inexorable.
Un film no apto para impacientes, pero que dejará sin duda una
huella en aquel espectador que se permita la imagen como instante de reflexión.
[Ficha técnica]
Dirección/ Leandro Listorti.
Producción/Gema Juárez Allen, Lorena Muñoz, Laura Perelló, Daniel Rútolo.
Fotografía /Martín Mohadeb, Juan Manuel Tizón.
Sonido /Luciano Fusetti.
Montaje /Felipe Guerrero
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