por María Ibarra


Mi papá me llamó cerca de las nueve de la noche diciéndome que fuera a verlo porque se iba a morir. Le pregunté qué le estaba pasando y me repitió a gritos que se estaba muriendo y que era mi padre, qué otra razón necesitaba escuchar.

Más vale que vengas, concha de tu puta madre, me dijo y cortó.
Dejé pasar dos o tres colectivos antes de decidirme. Subí y el chofer me dijo hola. Me descolocó porque era la primera vez que un chofer me saludaba y me dio mala vibra contestarle. Mientras buscaba asiento lo oí quejarse: Maleducados de mierda. Todos.
Fui escuchando Crystal Castles. Pensando en el bien y el mal, los mundos invisibles, el dolor de los muertos. El viaje duró una hora.
Es un barrio feo y son diez cuadras desde la parada hasta la casa de mi papá. Había luna llena y gente sucia paseando en medio de la calle, entre los autos. Caminé concentrada en mis zapatillas hasta dar con la puerta. Llamé varias veces y no respondió nadie, solamente por eso usé mi llave.
Mi papá estaba sentado en el living comedor, con la cabeza volcada en un plato de arroz con pollo, roncando. Le toqué un hombro, la espalda, no se movió. Su piel despedía olor a alcohol y grasitud corporal. Fui hasta la cocina, abrí la puerta y salí al patio.
El perro llegó corriendo y me saltó pidiéndome que lo acaricie. Poto, le dije. Le apreté el hocico para enojarlo, él me mordisqueó y me lamió los dedos. La oscuridad del jardín venía cargada de vibraciones monstruosas. Tantee la pared buscando la llave de luz pero no la encontré y corrí para adentro, perseguida por el perro.
Entré en la habitación de mis diecisiete años y me quedé ahí con Poto. Miré el colchón sin sábanas ni almohadas, cubierto de polvillo. No daba más de cansancio así que me tiré igual, vestida, con las zapatillas puestas. Poto subió y se hizo un bollo entre mis piernas. Dejé la luz encendida. 
Me dormí y soñé que me ardía el bajo vientre. Me lo acariciaban tres manos gordas. Unas nenas corrían a mi alrededor empujándome para que me cayera. Iba al baño en presencia de otras nenas más chiquitas. Me sentaba en la taza pero no podía orinar porque no dejaban de mirarme. Volvía con las nenas que corrían, ellas se transformaban en cubos azules, me seguían empujando.
Me desperté a oscuras. Grité de miedo y Poto se bajó de un salto, aullando. Busqué al perro en la oscuridad, lo agarré del cogote y fui con él hasta el interruptor, apretando los párpados y la mandíbula, con el corazón explotándome de miedo. Prendí la luz.


Mi papá me pegó en la cabeza y me desperté de nuevo. Era de día.
¿Qué hacés durmiendo acá?, me preguntó
Nada, es mi pieza, le dije.
Te dejé mi pieza anoche. Te dejé la cama grande. Acá te dije mil veces que no entres, esta pieza no es para dormir.
Es mi pieza, duermo mejor acá.
Y el perro. Dormiste con el perro.
Fui hasta el baño seguida por mi viejo.
¡Dormiste vestida y con el perro! ¡Con las zapatillas puestas! ¡Voy a tener que tirar el colchón! ¡Dejá de caminar cuando te hablo!
Cerré la puerta. Mi papá siguió gritando.
Mirá lo que hiciste. Ese colchón todavía servía y ahora no sirve más. Había que sacudirlo un poco y listo pero ahora vos lo arruinaste con esas zapatillas llenas de mierda. ¿Cómo lavás un colchón? ¿Para qué te dejo la cama grande? Para que duermas donde se te canta el forro.
La taza del inodoro estaba vomitada. Oriné en el bidet.
¡Te estoy hablando, carajo!
Dejé que me agrediera sin contestarle. Al rato se cansó, no lo oí más. Me quedé sentada encima del bidet. Tenía migrañas y sensación de asfixia. Miré el techo. Había una nubecita gris, difusa, como de fumata.
¡Nos incendiamos! grité.
Abrí la puerta y lo vi a mi papá, esperándome.
Fuego, dije en voz baja.
No es de acá, es de afuera.
Me apuntó la cara con un dedo.
Te sangra la nariz, ponete algo.
Palpé la humedad con asco.
Es tóxico este humo, no lo aspiremos.
No hace nada, dijo mi papá. Exagerada de mierda, igual que tu madre.


El humo tóxico se mantuvo más o menos respirable. No era un problema nuestro sino de todo el barrio. Para combatirlo mi papá dijo de hacer un asado y me mandó a comprar leña. Bloquee la hemorragia nasal con dos tapones de algodón y salí sin acordarme dónde vendían. Pensé preguntarle a alguien en la calle pero me daba vergüenza. Tardé bastante en ubicar el negocio.
Me coloqué música, de nuevo Crystal Castles y colgué con la letra de un tema. Era sobre robots, si es justo tratarlos como objetos. Sólo porque no lo sentimos en la carne no quiere decir que no temamos la muerte. Lo dejé en repeat.
A la vuelta encontré a mi papá charlando con el negro Alberto y su familia. Me miraron mal, todos. Eran mi tío, su mujer y mis cuatro primos. Dos de los más chiquitos le tironeaban de las orejas a Poto y él se dejaba, lloriqueando.
¡Qué hacés, Florchu!
Alberto me saludó disimulando el malestar.
Alber, decile vos, le pidió mi papá, codeándolo. Evitaba el contacto visual conmigo.
Alberto me pasó un brazo por los hombros y me llevó al living.
¡Qué locura esta humareda, che! Tu papá tendría que mudarse, no se puede vivir en este barrio. Yo se lo estoy diciendo siempre. Este es un barrio de bolivianos, qué hacés viviendo acá. Tu casa baja de precio, no hay un supermercado como la gente, es una locura. Ni agua potable, nada. A ver si vos hablas en serio con él la próxima vez que vengas, mamita, así lo convencés.
No se si pueda, Alber.
¿Cómo no vas a poder? ¡Vos sos la hija! ¿A quién va a escuchar si no te escucha a vos?
No se.
Yo le tengo dicho. Acá cerca hay una quema y todo esto que estamos aspirando ahora es tóxico. Una vez cada tanto que lo aspires, vaya y pase. Pero dos o tres veces por semana, como viene pasando últimamente, no podés. Ni el perro puede. Mirá lo mal que está, siempre aullando… depresivo.
No sabía nada del humo, hace mucho que no vengo.
Es que esto es todo un tema del gobierno, que quiere exterminar a los bolitas. Es clavado. Por eso te digo que tu papá no tendría que quedarse acá, ni un mes más. Yo le dije, ni te calientes en vender, ya tu casa no vale lo que la pagaste. Sacás un crédito y te venís a vivir a un lugar como la gente, con la familia. Y se terminó, ¿no te parece?
Sí, qué se yo.
Bueno, vos dejá. Vos dejá que yo le hablo. Vos no le digas nada. Es verdad, tenés razón. Vos venís muy poco, no te podés ocupar de estas cosas. Vos dejame a mí.
Okey.
¿Y qué tal andas? ¿Seguís paseando perros?
Si, por ahora.
Mirá. ¿Y no tenés otra cosa en vista? Por tanto esfuerzo, digo. Tanto cinchar. Viste que nosotros, toda la familia somos delicados de acá.
Se palmeó la cadera.
Estoy bien, Alberto, no hay drama.
No, si ya se. Ahora estás bien. Pero de acá a diez años te quiero ver. Aparte los animales. Es un peligro. Mirá si se te vuelven locos en una de esas. Hay que llevar una banda de animales. Si se vuelve loco uno, se te vuelven locos todos.
No tengo problemas, de verdad.
¿Cuántos estás llevando?
Quince.
¿Juntos?
Si.
Pero, mamita… ¿qué estás haciendo con tu vida?
No pasa nada, Alber. Hay chicos que llevan más. Hasta veinte.
No, pero no es así, todo soplar y hacer botellas. No, escúchame. Un día de estos un perro se te levanta mal y cagaste. Yo conocí un pibe que perdió un huevo. Un huevo de verdad, te estoy diciendo, no sé si me entendés. Un testículo. Mirá si un día se te rechiflan y te morfan una mano. ¿Qué vas a hacer? ¿Quién te arregla eso? Vos te das cuenta que sin una mano quedás discapacitada, ¿no?
No es tan fácil que pase algo así, no te preocupes.
¿No? ¿Vos decís?
Se sacó una lagaña y suspiró.
No sabés las cosas que vi en la vida, Florencia. Si yo te contara. Vos pensás que viste mucho porque te estás haciendo grande ya, pero yo soy un poquito más grande que vos y te juro. Todas las cosas que uno piensa que mirá si va a pasar semejante locura. Y un día pasan. Y vos estás en el medio y pensás, pero cómo puede ser. Por qué me está pasando esto. Pero vos fuiste a eso. Vos lo estabas buscando. Con la mente. Vos estabas llamando la desgracia. No lo digo yo, lo dicen los que estudian. Una parte de uno quiere salir adelante pero hay otra que quiere hundirse. ¿Me seguís?
Te sigo.
No es que yo me esté haciendo ver, ojo, yo todavía y a Dios gracias, no lo necesito. Es de tanto hablar con la chiquita esta del lugar donde va tu papá. Es tremenda esa piba. Vos la mirás y decís, está turra con esa boca, con esas gomas. Y encima que es entradora y se ríe de cualquier cosa y uno no va a pensar que la tiene tan clara y sin embargo, fijate. Una luz, la pendeja.
Se acarició la barbilla. Parecía ido. Se rió fuerte y me sobresalté.
Qué piba esa, qué flancito... Bueno, pero el tema es que uno no controla su anormalidad. Para algunos es más jodido. Vos fijate en mí. Fijate que es una cosa, no sé como decirte. Más tranqui. Mi familia, todo. Pero tu viejo es la otra cara ¿entendés?
Será, no se.
Es así, no te quepan dudas. Vos y tu viejo es muy difícil que sintonicen bien estando juntos. Pero no es algo negativo, no hay que verlo así, es la forma de ser de ustedes, que por ahí, anda a saber. Por ahí ustedes son más especiales que nosotros, que somos comunes y por eso nos conformamos y estamos mejor mentalmente ¿no? Tu papá, Florchu. No lo podés juzgar. Él, pobre hace lo que puede. Y si encima vos venís y él por ahí no tiene ganas de verte, qué querés.
Pero él me pidió que venga. Él me pido a mí, yo no quería venir.
Hubo un silencio.
Está bien, corazón. Te entiendo.
Yo no quería venir.
Está bien, no te enojes.
No me enojo.
No te enojes, Florencia. Tranquilizate, ¿si? Está todo bien. Estoy yo acá, ¿sabés? Yo no soy un extraño. Soy tu familia, ¿sí? Tu tío soy.
Me abrazó, apretándome la espalda. Me puse lo más blanda que pude pero seguía doliéndome.
Lo importante ahora es otra cosa. Lo importante ¿sabés lo que es?
Me soltó y me sostuvo la mirada.
Lo importante es que yo ahora, con la leña que vos trajiste voy a salir y voy a hacer un asado, como quiere tu papá. Por más que yo sé que no va  a servir un carajo para que se vaya este humo maldito. Lo voy a hacer porque soy su hermano y quiero que esté bien, y punto. Que vuelva a vivir. Él es joven todavía, no se merece lo que le está pasando. Así que voy a hacer el asado y vamos a comer todos juntos y yo con mi familia le voy a contagiar a él toda la paz que a nosotros nos llega naturalmente, gracias a Dios. Por eso, lo importante es que vos te pongas las pilas ¿si?
Todo bien, Alber. Yo como y no digo nada.
No. No me entendés.
Sacudió la cabeza.
Atendeme. Vos lo que vas a hacer ahora es abrir la puerta y salir y caminar tres cuadras derecho. Y después de la tercer cuadra, en la esquina, vas a encontrar a un pibe que va a estar esperándote porque yo le dije.
¿Qué?
No me interrumpas, mi vida, ¿puede ser?
No…
Bueno. Tres cuadras, derecho y vas a ver un pibe que te va a estar esperando. A ese pibe vos le vas a dar tus datos. Todos tus datos. Ojo,  a lo mejor te hace preguntas que no te gustan y yo sé cómo sos vos. Igual que tu papá. Los dos, uno más orgullosos que el otro. Pero atendeme. Para que las cosas funcionen, vos te tenés que poner las pilas. Y entonces a este muchacho le vas a contestar todo lo que te pregunte, aunque te parezca una boludez  o aunque pienses, pero mirá qué zarpado. No importa. Vos le contestás, punto por punto. Y él te va a ayudar a salir adelante. Te va a mostrar, no sé si decirte otro mundo. A ver si todavía pensás que estoy exagerando. Pero vas a ver. Otra vida. La vida que te merecés.
O sea que quieren que me vaya.
Florencia… te pido por favor. No lo pongas de esa manera.
Se le llenaron los ojos de lágrimas.
No sabés lo que es esto para nosotros, para la familia. ¿Te crees que a mí me resbala verlo así a tu viejo? ¿Y a vos, la primer sobrina que tuve, la primer hija de mi hermano menor, la Florchu? ¿Qué edad tenés ya?
No quise decir eso, tío.
¡Tenés treinta y cinco años!
Treinta.
¡Treinta años! Y no construiste nada, mi vida. ¿Y vos te crees que eso a mi me resbala? ¿Vos te crees que no siento tu fracaso en mi corazón? De verte así, que no tenés un buen trabajo, que no hiciste una carrera. Sin pareja, sin amigos…
¡Tengo amigos!
Flor… decime la verdad. Vos te estás drogando.
No.
Me pellizcó la nariz.
No te estoy condenando, Florencia.
Estoy sangrando por el humo.
Nunca pensé que íbamos a llegar a esto con ustedes, con vos y con él. Dios mío, que desastre.
¡Estoy bien, no me estoy drogando! ¡Es el humo, tío! ¡Enserio!
¡Escuchame un poco! ¿Todo lo que te duele pensás que no lo veo, que me hago el pelotudo, yo? ¿Qué porque me rio siempre y trato de ponerle onda no sufro con ustedes?
Agaché la cabeza.
Está bien, Alber. Me voy.
Bieeeen, mi vida, bieeeen, ¡esa es mi Florchu! Si  vos te das cuenta de todo, corazón. Ya somos grandes ¿no? A tu edad, tu tía ya los tenía a los mellizos y a la Naty. A tu edad la gente antes era vieja ¿entendés lo que te estoy diciendo? La gente no llegaba a los treinta, antes vivías o vivías. ¡Hay que vivir!
Está bien, no hay problema.
Tres cuadras. Tres cuadras y te me pones las pilas con este muchacho.
Bueno.
Vamos a sacar adelante la familia, todos juntos. Tenemos que estar juntos, pase lo que pase. Para aguantar mejor lo que viene de afuera. Está todo muy mal afuera. Y va a ir cada vez peor, no te quepan dudas.
Bueno.
Tres cuadras, justo en la esquina. No te podés confundir.
Me empujó con suavidad.
¿Pero cómo se llama?
No, no. ¿Ves? Así no es el asunto. Vos no tenés que preguntar. Él te va a preguntar a vos.
Pero a vos te lo estoy preguntando ahora, no a él.
Resopló, masajeándose el pecho.
Yo no te puedo decir nada, Flor. Únicamente que tengas paciencia. Y que hagas un esfuercito. Un esfuercito chiquito, mi amor. Para crecer. Para construir. ¿Si? ¿Podrá ser, muñequita de mi alma?
Bueno.
¿Cuántas cuadras dijimos, entonces?
Tres.
Te quiero mucho. Vos sabés que te quiero mucho ¿no?
Tengo que ir a saludar.
No, dejá, no hace falta.
Aplaudió, riéndose.
Bueno. ¿Ves? Es buena voluntad, nada más. Lo único que hace falta es buena voluntad. Como dice la pibita esta. Qué rica, che, qué luz.
Fui hasta la puerta con Alberto llevándome del brazo como si me estuviese casando.
Oíme, Florchu. Vos tenés una copia de la llave. De acá, de la casa.
Si.
¿Me la podrás dar?
¿Por qué?
No empieces a pensar pavadas. Te estoy pidiendo la llave porque yo no tengo copia. Me hago una copia de la tuya y te la devuelvo. Pasado mañana la volvés a tener ¿estamos?... te la alcanzo yo, a donde estás parando ¿si?
Me saqué la llave del bolsillo y se la di.
Hacé como te dije. Este muchacho te va a solucionar la vida. Te va a estar esperando, él a vos ya te conoce. Y acordate. Todo lo que te va a preguntar son cosas que necesita saber para ayudarte. No es ningún capricho.
Está bien.
No te imaginás lo que me costó dar con ese pibe. Ojalá te dieras una idea. Ojalá un día de estos sepas las vueltas que tuve que dar. Todo lo que tuve que correr. Todo lo que transpiré, por tu papá, por vos. Por la familia, carajo.
Chau, Alber.
Acá a tres cuadras derecho, ¡acordate!


Había más humo que antes. En la esquina no vi ningún pibe. Encontré una casilla alambrada, de color verde agua. Era la única vivienda ubicada justo en una esquina. Esperé un rato a ver si salía alguien. Busqué el timbre en el portón de la reja y no lo encontré. Golpee las manos varias veces. Estaba por irme cuando asomó una vieja, gorda, vestida de negro. Tenía la ropa sucia y la piel de las piernas rajada de grietas que supuraban. Iba descalza.
Qué quiere mija, preguntó.
Me manda mi tío.
¿Su tío?
Dudé.
Mi tío me dijo que iba a estar un chico, acá en la esquina.
Chico, dices. Cómo, chico.
No puedo ser tan pelotuda, más vale me voy, pensé, pero no me fui.
Me tienen que hacer preguntas. Me mandó mi tío Alberto.
¿Quién? ¿Gualberto, que dices?
Mi tío. El negro Alberto, mi tío.
¿Y quién eres vos?
Nadie. Deje, chau.
¿Cómo? ¿Te mestás burlándote?
No.
¿Cómo es que te llamas?
Deje, mejor. No pasa nada.
No pasa nada, no. ¿No pasa nada y entons pa qué me llamastes?
No se, perdone. Chau, disculpe.
¿Pa qué mierda vienes vos acá y me golpeas la mano? ¿Pa qué me haces salir, vos?
Perdone. Me confundí.
Una humedad tibia cosquilleaba en mi labio superior. El humo me hacía sangrar de nuevo. Di la vuelta para seguir camino a la parada de colectivos.
¡No, no! ¡Vuelve, vos! ¡Vuelve, disgraciada e mierda!
Apreté el paso. Ella gritó en otro idioma.
Vení, maldita, no te vayas.
Un chico de unos veinte años me agarró por la muñeca.
¿Qué le hiciste a la mamá?
Nada.
¡¿Qué le hiciste, sucia?!
Nada. Nada, me confundí de casa.
Me apretó más fuerte, más y más. Me sacudí y él me agarró de la otra muñeca y me clavó las uñas.
¡Sucia de mierda, maldita!
Lo pisé y me soltó. Salí corriendo. Corrí con él pegado a mí, por la calle, esquivando autos, gente, perros.
Sabía que si volvía a casa de mi viejo no me iban a abrir a tiempo. Y que era mejor así. 

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