“Canciones para rodar por la alfombra”, el último compilado del proyecto Amo descubrir canciones, es un compendio de nuevas melodías
que rompe con el anonimato a pura descarga gratuita y calidad. Otra batalla
ganada a las grandes discográficas.
Por Gastón Malgieri
Uno: el link que
me ceden para acceder al material me lleva a un sitio encabezado con la imagen
de una lámpara y la leyenda “Amo descubrir canciones”.
Dos: el disco
que contiene las 12 composiciones sobre las que intentaré dar cuenta, se llama
“Canciones para rodar por la alfombra”, y se me figura como toda una invitación
lúdica que no recibía desde mis tiempos de plastilinas y papel glasé, en la
seguridad artificial del jardín de infantes.
Pongo orden en
los objetos que tengo al alcance de las manos. La taza de café, el encendedor,
un block de notas que sirve solo como adorno. Quiero disfrutar este momento. Y
sí, además tengo algunos síntomas de TOC (trastorno obsesivo-compulsivo).
Tercer
reglamentario L&M encarnado en la comisura izquierda de los placeres
(siempre), doble clic, auriculares desproporcionadamente enormes, un ventilador
que no oigo y no apacigua el fuego serrano de mi Córdoba natal y la certeza de
que algo bueno está por sucederme. Y para un pesimista crónico eso es éxtasis.
Pulso play.
Una respiración
agitada marca el pulso y lentamente se escucha el punteo de una guitarra. Me
sonrió. El ventilador gira inútil. Suena “Vaporcito” del zaragozano Bigott. Su
pronunciación del inglés me recuerda al actor Sacha Baron Cohen. Pero la
canción no es en clave “parodia” de nada, sino la picardía típica del español
dándole belleza al comienzo del viaje.
Me propongo no
adelantar los temas, ir desmenuzándolos con la lengua y transmitir esos acordes
sobre la pálida blancura del documento de Word. Ahora sí tengo un plan de
trabajo y tiene su propia banda de sonido. Un aparte no menor: descubro que el
disco está producido bajo una licencia Creative Commons y que navega por
diversos puntos del continente americano. Lo celebro bebiéndome todo el café
que tibiamente se mezcla con la algarabía.
Me dejo llevar.
No hay que adelantarse, dicen. Pero aparece Diosque y entonces. Se viene a mí
la figura de Melero que tanto tuvo que ver en el surgir del cantante y me
alegro de “la melancolía del futuro”. Folktrónica pampeana iluminando las
tinieblas del living en madrugada desde el que escribo.
Digamos
prejuicio. El tercer track arranca con la voz de Birabent a quien (en honor a
la verdad) tengo ubicado en un espacio que poco o nada tiene que ver con lo que
escucho. Se le han sumado las voces de Juan Ravioli y Marcelo Ezquiaga. Ante la
necesidad de otro L&M, me fumo los preconceptos y me anoto como objetivo
buscar, aunque tenga que rascar muy profundo, la distancia entre el objeto y
mis oídos. El piano es embriagador. Punto para “Parte del minuto” de
Birabentezquiagaravioli. Nota mental: rastrear dónde o cómo es que se generan
mis antipatías si una canción viene a derribarlas tan fácilmente.
Cruzo montañas
sin perder la pasiva postura de quien escribe. En los últimos años la música en
castellano que he elegido descansa en la cuna transandina. Pienso en Fernando
Milagros, en Población Parlante, en Denver. Son datos previos que alimentan la
escucha, la adornan con posibilidades infinitas. La superposición de voces y
sonidos sampleados hacen que por un rato no sepa bien si mi destino es el
electro –caribe, o algún otro norte pentagramado sin nombre. Al final, el coro
se transforma en palabra, y vuelvo a las certezas: Los Mil Jinetes (otro
fichaje del sello Cazador), se afincan en la tierra de mis últimas incursiones
castellanas: Chile.
“La canción que
nunca me cantaste”, el reproche psicodélico de Florian Droids, suena a aquella
música que abandoné hace unos años. Una música que me es lejana y sobre la que
no puedo escribir gran cosa. Quizás algo tenga que ver (medito) con desconocer
en absoluto la raíz sonora de las fronteras que contienen a la banda (Costa
Rica). Nota mental Nro.2: la sinceridad ante todo. Para llenar de caracteres
desapasionados los recodos virtuales del rock ya hay otras plumas.
Vuelvo a casa.
Tendría que dormir un rato. Son las cuatro de la mañana. “Siempre escribo de
más” dice Daniel Sacroisky, bajo el ropaje de su nuevo proyecto “Sacro &
Los de Hielo”. Si una canción nos identifica o toca una vértebra inconmovible
en nuestro esqueleto, es que quien la compuso logró trascender alguna barrera
impensada. Sacroisky acaba de hacer eso con su canción “De pronto”. Hago
trampa. Vuelvo a escuchar la intro una o dos veces. Podría ser una excelente
nana para este cuerpo agotado.
Sigo disfrutando
el viaje que me propone el disco, me digo en voz alta. La mitad del trayecto
tiene perlas escondidas, y dan ganas de seguir avanzando. Es una buena señal.
Me voy a Venezuela, otra tierra de la que desconozco por completo la armoniosa
cepa que la compone. Ahí está Girasol Rojo y su “al cruzar la calle”, con una
propuesta disruptiva: por un lado, una base de folk dulzón que viene bien en
las alboradas del mundo, y por el otro una letra triste que atenta con
ennegrecer la cadencia vocal de Linda Sjöquist. En la tensión de esos polos,
reside la atractiva amargura de esta obra.
Cruzar el charco
y esperar que del otro lado del río nos reciba Franny Glass puede ser un plan
para mañana. Anoto y uso el plural porque sería genial que así nos pasara a
quienes tengamos ganas de escuchar una y otra y otra vez la acústica humorada
de Gonzalo Deniz. De no tener posibilidades de movilidad, otra opción es
quedarse percibiendo los “Velos” de Che Che Che. Quizás con ellos venga la luz.
O al menos eso parece.
Lo de los
mexicanos Corazón Attack, me trae a la memoria a Juan Son y algunas de sus
composiciones junto a Porter. Debo decir, ya casi arribando al final del
recorrido, que me alegra que así sea. Porter fue una gran banda, y Corazón
Attack también lo es.
Me quedo unos
instantes pensando en las comparaciones. En esa necesidad de las comparaciones.
Nada grave, solo una reflexión mientras asoma, por enésima vez, el sol de las
mañanas. Por descuido, casi dejo pasar el sonido de los platenses “Canto el
Cuerpo Eléctrico”. Al borde de la omisión, irrumpe el trombón de Gustavo
Caccavo que me obliga a volver atrás y detenerme.
Soy curioso,
debo decirlo. Es esa curiosidad la que me lleva a leer en la página de Facebook
que tiene armada la banda, una declaración de principios que viene a colación
de tantas cosas: “La cultura no puede ser de alguien: no le pertenece a nadie y
por ello, nos pertenece a todos. Habrá que hacerse cargo”. Concuerdo. Eso no
hace a la propuesta rítmica del grupo, me digo, pero sí al disco que la
contiene. Hago una anotación al margen para un par de reglones futuros.
Pero antes,
cierro el viaje/disco, con una escapada a Brasil. Siempre viene bien embriagarse
con los deleites del portugués. Y ahí está Cícero, que arranca una canción de
su disco “Canções de Apartamento” y la coloca como justo “bonus track”. Lamento
no haberlo escuchado antes. Me alegra que este compilado me haya ayudado a
descubrirlo.
Los renglones
futuros prometidos, son puro presente. Reflexión final, mientras enciendo el
décimo noveno cuerpo de nicotina: la cantidad de grupos y solistas que no
llevan a nosotros por la lógica de las corporaciones discográficas y radiales
viene siendo derribada por la lógica de discos como “Canciones para rodar por
la alfombra” que rompen el anonimato a pura descarga gratuita. Porque es a
través de esos intersticios donde aparecen una pluralidad de composiciones que,
de otra manera, jamás escucharíamos. Levanto la taza de café vacía para
celebrar estas batallas.
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