A tres meses de la tragedia de once, una reflexión en primera persona.                                                                  
  
    Por  Nadia Sol Caramella

Hace tiempo que me rehuso a poner en palabras esto que siento cada vez que piso la estación de Once. Sin embargo, cuánto tiempo más puedo negar lo que me pasa. Quiero hablar desde mí, sin pretensiones de biografismo. Quiero describir la imagen temblorosa que veo apostada sobre el andén: los molinetes enfundados de  fotos, corazones que todavía parecen tibios, y esos nombres escritos con trazos fuertes como anclando las letras al presente, con todo el amor y la esperanza del mundo.  Entonces la gente va, viene, son tantos que no puedo contarlos, ellos no me ven. En realidad estamos ahí pasando, no hay nada que ver, solo pasar. Nos olvidamos de que estamos hechos, de humanidad señores/as, humanidad que se duele por sus propios errores. Hablo de “la consecuencia de años de abandono y desidia" como dijo la mamá del Chimu.

Sabes, se me retuerce el estomago cuando estoy ahí, tan cerca de esa vía. El otro día vi que el tren no estaba más. ¿Y qué, ya está? Sacamos el tren y nos olvidamos de todo. No, por suerte, ese altar de corazones tiene un fin más inmediato: memoria activa.


51 muertos y 703 heridos, numero fríos, tristes. Me da miedo el olvido. Tenemos cuentas pendientes, lo sé hace tiempo. Muchos como yo, somos de la generación de la Amia, de Lapa, de Cromañon y de la tragedia de Once. Cuando voy a buscar a los culpables y las resoluciones de la justicia en los diarios, se me escapan, quiero nombres y apellidos, pero veo que algunos son intocables, hasta innombrables para la justicia.

Esta vez, las pericias del tren dieron como resultado que hubo fallas en todos los estamentos, ¿la justicia podrá sacarse la venda de los ojos y poner nombre y apellido a la desidia, al abandono? Inmediatamente se me viene la imagen del Chimu, el pibe tocando en la Flia del Oeste en la plaza del vagón de Castelar, me imagino como su voz  traspasa el recuerdo, los bordes del tren y canta a los gritos: “Arrastrame hasta donde puedas, no me canso de insistir, o practicar, mostrarte heridas. Sin que las veas se corren, y cantan poesías, mientras su azar recicla promesas viejas, suma experiencia se junta y empieza a andar. No llores mas, vos por mi no sufras, tenés que aprender a caminar, hoy faltan pasos en tu camino”. Qué decir, faltan pasos, miles. Es una batalla del día a día, que no solo es tema de los familiares de la victimas, sino de la sociedad entera.  


No me olvido el día de la estación de Once, cuando todo se desmadro gracias unos cuantos oportunistas.  Me acuerdo que más temprano nos habíamos sumado a pegar carteles con la cara de Lucas y alguien se acercó y nos dijo: “chicos dicen que lo encontraron, está muerto”. Entonces la bronca, sensación de impotencia. Cuando llegamos al hall de la estación, los amigos más cercanos nos dijeron que todavía los padres no habían confirmado nada y que, una vez más, los medios habían maltratado el dolor ajeno. Tuvimos que esperar, fue la espera más larga de todas.  Efectivamente, el cuerpo sin vida era Lucas. El grito de los amigos y familiares me quedó tatuado en el pecho, eso no me lo borra nadie.
Lloro, me da bronca tanta mierda suelta. No puedo. Juro que quiero dejar de escribir, todo parece inútil. Pero no, esto es algo mínimo que me debo, escribir. Escribir para no olvidar.

Alguien me puede decir, ¿a dónde van todos esos abrazos, caricias, besos que las 51 victimas no les van dar a sus seres queridos? Que alguien me diga  como hace Maria Lujan Rey, Paolo Menghini, Lara y la pequeña paz, para besar y abrazar al Chimu en la distancia, hoy que cumpliría 21 años.

Condenar a las 51 victimas al olvido, es como matarlas de nuevo y ser cómplices de la desidia . Esos corazones de la estación de Once no pueden ser carcomidos por la mirada de la cotidianidad, del automatismo de andar como zombies sin ver al mundo, con tal de ir, quién sabe a dónde. Me niego, con todo de mí, a la tarea vil del olvido, que como marea gigante pretende borrar las heridas y el amor de los que ya no están. Todavía quiero creer en la humanidad, “i believe in miracles”…



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