Mariano Gilmore & Belle sorprende con su disco debut Una Catarata de Caramelos. Las melodías desfachatadas y el culto al pasado son la clave de este sorprendente debut.
Por Joel Vargas
Borges alguna vez escribió: “A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos”. Una catarata de caramelos es eso: un leve anacronismo. Un disco ideado como objeto artístico y realizado de manera artesanal; la portada remite a una Buenos Aires de otro tiempo, infectada de colores modernos. La dedicatoria a Bioy Casares habla de un cierto encanto por los escritores clásicos argentinos.
Nos encontramos a comienzos de la década del 10 y Buenos Aires sufre la invasión de caramelos. Una catarata que te devora a besos con acordes de tutti-fruti a lo largo de doce episodios. Canciones desnudas, despojadas de arreglos: apenas unas guitarras acústicas y sutiles percusiones amenizan esta velada.
Al escucharlos se los puede asociar por momentos a She & Him y por otros a Belle & Sebastian. El disco podría ser la transcripción de un diario personal al formato canción, donde las situaciones cotidianas son las protagonistas.
Todo empieza en “Belén”, con Gilmore describiendo a su mujer de manera simple y delicada. Sigue con la narración de un día normal en la vida de la pareja en “Antes de tomar tu taza de café”: la muestra perfecta de que Gilmore es un crooner enamorado que construye sus letras con minuciosos retazos de la realidad.
También hay lugar para personajes pintorescos escapados de la mente de un niño eterno, como en “Monstruo” y “La chica ochentosa”; dos caras de la misma moneda donde aparecen el Italpark, los miedos y los placares atravesados por el amor.
Quizás los momentos más nostálgicos se den en “Días de otoño”, por culpa de un ukulele que sangra, y en “Alfonsina”, que parece ser un homenaje a la poeta que se fue a nadar para siempre.
El culto a la metrópolis aparece en “Turismo por la ciudad”, una precisa descripción que es la madre de unos acordes que aumentan su intensidad a lo largo del viaje. La historia de amor vuelve en “El baile (Corazón sentimental)” y “Navidad”, en ellas la pasión los hace volar.
El final se avecina con el tema que le da nombre al disco y que manifiesta de manera más evidente su espíritu: la unión de dos eras y el retrato de un tiempo, un leve anacronismo anclado en la postmodernidad. Todo concluye, definitivamente, con la nostálgica “Dormir al sol”, entre pájaros, pianos y el homenaje a Bioy Casares: “ella deja besos en la oscuridad y se va”.
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