Mientras espera que se llenen sus pulmones intangibles de aire o de esperanza, cierra los múltiples ojos y trae a su mentecita el recuerdo de aquél ritual de apareamiento que la había deslumbrado. Gozaba de sus movimientos, de su vuelo oscilante, del zumbido excitado, como si de eso se tratase existir. Ya recuperado su aliento, agitará cada músculo de su cuerpo para librarse del encordado viscoso en el que quedó atrapada hace un día –o una vida–. Se esfuerza, zumba, chilla descontrolada hasta vaciarse otra vez de energía.
Al ver que se acercan los ocho muslos peludos, toma aliento lentamente. Y es difícil precisar si lo hace para un nuevo intento de escape o para recordar en paz la danza que todavía le llena el pecho de vida.

0 comentarios:

Publicar un comentario