En qué dios creer
mientras dura el temporal
y se arremolinan las dudas
         los cimientos
y vienen a impedir el abrazo
los déspotas de antaño, disfrazados
otra vez
de señores con conciencia de clase
que sus impuestos eximen
en las Fundaciones donde lucran la miseria
el frío
y las zapatillas de los otros
siempre los otros.

A qué deidad rogarle
las costuras de esos gajos
por donde se filtran los arroyos
y las mugres
en la foto de campaña
donde
la sonrisa límpida del candidato contrasta
con el amarronado
sepia porno/miserable del afiche.

Cuánto rezo idólatra habrá que escupir en los muros
para que alguien oiga el grito sesgado por los terraplenes
que impiden ver
el otro lado de la porfía
y salgan los cuerpos de los que no están
a reclamarle a las señoras indignadas de Barrio Norte
por tanto silencio cómplice
tanto silencio cobarde
tanto silencio atroz
que se expandía como un eco macabro
mientras las vedettes de turno
bailaban la danza del no me importa
en las luminosas marquesinas de la Capital.

A qué virgencita desatacosas deberé elevar
esta plegaria que implora
un respiro
un poco de luz,
en medio de tanta sombra siniestra
o qué hacer
con esta necesidad imperiosa
de abrazarme a la esperanza cristiana
en la contradicción
entre
el ateísmo de mi troska concepción del mundo
y mi necesidad de fe
con la que he salido a incinerar las cruces
los rosarios
        las estampitas
            y el manto sagrado de esas iglesias brasileras
                  que compré incrédulo
                      a través de un call center de capitales europeos
                         cuando necesitaba
                              como ahora,
                                 algo en que creer.

Qué haré entonces
con los recuerdos de mi niñez ficticia
en la que me escapaba al cine, a verle el bulto a  Warren Beatty,
en la versión cinemascope de Dick Tracy
y soñaba con ser,
la homologada reina del pop y la diversidad sexual.

Qué hacer,
con el anagrama de mi nombre
que ni siquiera sé si es mío
o es parte
de la nomenclatura perversa del fusil
y la histeria de clase media que blande
sus cacerolas Essen y sus cucharas de madera lustrosa
al son del agujereo de sus arcas extranjerizadas.

Y si no encuentro dios que
pueda descifrar los enigmas
en torno al perverso estado de las cosas,
qué haré con este remolino
con el enrulado devenir de la tristeza,
con la congoja que aprieta, pero también
         Oh Contradicción!
                     Libera.


En qué creeré ahora
                        que ha estallado el temporal.

3 comentarios:

Adriana Menendez dijo...

muy bueno! gracias. un abrazo.

Bárbara dijo...

me encantó.

Anónimo dijo...

Baudelaire se habria fumado una buena pipa de Opio al leer estos versos desgarradores y subversivos

Publicar un comentario