De gamuza, color negro, elegantes, guardados un su caja, en un rincón del placard. Los miraba cada tanto, sin poder mostrarlos.
Me hacen sentir distinta, por un lado bien, pero por otro no digna de ellos.
La ropa linda era solo para fiestas, no se podía usar en otro momento, y a la hora de comprar algo, tenía que ser delicado pero económico. La ropa cara y buena no era para nosotros, no podíamos, era para gente de otro nivel. No era cuestión de aparentar.
¿Aparentar qué?
Tenía un vestido negro, sencillo, me quedaba muy bien, pero lo que más impactaba en mí eran los elegantes zapatos.
No podía mostrárselos a mamá. Me sentía culpable, pero ¿de qué?
No entendía esa rara sensación y esos pensamientos tan molestos.
A veces, la bronca se apoderaba de mí por no poder compartir con mamá esa gran adquisición.
Días antes a la fiesta, vino a tomar unos mates, y por supuesto, salió el tema de qué no íbamos a poner esa noche. Cuando estaba por contarle lo que me había comprado, surgió de su parte un comentario,
-No se qué ponerme, no tengo nada. ¡Será posible que uno nunca tenga un mango!-
Cuando escuché esto, apenas pude tragar el agua del mate.
A medida que pasaban los minutos, se acercaba el momento de decir lo que yo iba a vestir.
-¿Y vos, qué te vas a poner?
Titubeando, le conté que me había comprado un vestido y un par de zapatos.
-¡Ah bueno! Si podés, me parece bien. Yo no puedo. Qué se va a hacer, es lindo comprarse cosas.
Terminamos de tomar mate y la acompañé hasta la puerta, por supuesto con comentario de por medio:
-Voy a ver si alguien me presta algo.-
Se fue, cerré la puerta, me senté y me fumé un cigarrillo.
Llegó el día de la fiesta y me arreglé para la ocasión, me sentía hermosa, me imaginaba bailando y luciendo mis elegantes zapatos.
Llegamos al lugar, bajé del auto y acercándonos al salón, mi esposo me dice
-¡Qué linda estás! -Mis ojos brillaron aún más.
En la sala de estar, se encontraba el señor que recibía a los invitados.
-Los zapatos, me dice.
¡Qué emoción, se había dado cuenta!
-Son nuevos, le contesto.
-Lo siento señora, es una fiesta japonesa. Quedé desconcertada, un frío recorrió mi cuerpo. Dejé los zapatos, fui hacia la mesa, saludé a todos los que en ella se encontraban, incluyendo a mamá.
-¡Estás muy elegante!, le digo.
-¡Gracias, estoy de estreno!

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