-contame
            -a la tarde fui a buscar a mi sobrina a la escuela. comimos afuera y quiso ir a la plaza. se hamacó un rato largo, cuando se cansó, la llevé a casa y le hice una merienda mientras miraba dibujos animados
            -¿y vos?
la Boa se puso de rodillas y gateó hasta mí
            -yo trabajaba en la computadora y hablaba por teléfono. a las seis llamó mi hermana, dijo que pronto pasaría a buscarla
apoyó sus manos en mis rodillas y la cabeza en mi panza
            -¿a qué hora llegó?
jugaba con el cinturón
            -se le hizo muy tarde… pará…
            -¿y qué hicieron todo ese tiempo?
            -cuando se aburrió de los dibujos, fue a buscar al perro y jugó con una pelota… pará, así no…  después me insistió para que fuera a jugar con ella…
            -¿y vos cómo estabas?
            -bien…yo… pará, dejá eso… sólo quiero hablar
cerró el cierre del pantalón
            -yo no quiero hablar. quiero que me cuentes vos
            -hoy no quiero
me levanté y acomodándome el pantalón. serví algo de beber
            -¿qué querés?
la Boa se recostó en el suelo y jugaba con su pelo
            -no sé. cualquier otra cosa
            -¿ella tiene rulitos como yo?
            -dejá a mi sobrina en paz. ya te dije que con ella no es así
            -pensé que te hacía bien
            -hoy no
se recostó en el sofá y puso su mano entre las piernas
            -¿te molesta si…?
            -hacé lo que quieras

el asco volvió con la lujuria desmedida. hacía meses que no veía a la Boa y ella lo trajo todo de vuelta. me fracturó. visité diecisiete prostitutas en doce días. todas decían tener entre diecinueve y veintidós años, pero ninguna tenía menos de veinticinco. al salir de sus departamentuchos calvos, sentía mis pies vomitar sobre las baldosas. iba a la plaza Francia a fumar hasta el anochecer. todo el anonimato que necesitaba para entumecer mi pene, escuchar una y otra vez “a perfect day” hasta que el frío y el hambre fueran las únicas sensaciones posibles. saciaba una de las dos y me quedaba con la otra para no pensar en otra cosa. al menos hasta el momento de levantar el teléfono y llamar otra vez. Mia Karla Clarissa Mara Yuly Belu Sol Danny. todas eran iguales. todas eran la misma. todas eran la Boa. y mientras estaba con alguna de ellas, alguna que le gustase hablar mientras yo ponía mi dinero en su vagina, no podía dejar de recordarla, verla en ese sofá tocándose, indiferente a mí pero atenta al asco que se me caía por las comisuras mientras ella hablaba con palabras certeras
            a la semana siguiente opté por la pornografía




convertí la única habitación con llave en mi templo masturbatorio. pasaba entre dos y ocho horas ahí adentro, en la luz fría de la pantalla, degradando jovencitas y no tan jóvenes, haciendo de ellas lo que quisiera mi mano, hasta dejar quemada mi cabeza. todas las noches eyaculaba en la terraza o el balcón, fumando hasta descomponerme y caer agotado en la cama, sin chance de pensar que quizá alguna vez algún dios de la villa me otorgara mi momento de sinceridad con el mundo y le regalase a éste cuerpo enfermo un angelito para desplumar con tanto amor y tantos dientes

esquivaba a la Boa, que me necesitaba para satisfacer su conciencia, negarse como mujer normal y sana y reafirmar su obscenidad. y aunque todo era fingido bajo la forma de un juego, sabía despertar en mí lo más legítimo. y por eso yo la odiaba

por la mañana me sentaba a leer algún diario viejo en la terraza, de piernas cruzadas, con el cigarrillo hacia el sol. a veces me cubría con un paraguas

empezaba a verme desahuciado. hacia las cuatro y media de la tarde ya no quedaba deseo, perversión, suciedad, siquiera una mueca desagradable… nada. me veía en el espejo semejante a un charco y pensaba en cosas bellas. memoraba. imágenes en 16mm donde la gente se veía contenta y asoleada. veía colores que no estaban en mi templo. a veces hasta lograba sonreír como un nene remontado. y abría el paraguas para no ver el techo

a las películas hogareñas que imaginaba agregaba a veces alguna jovencita de las películas que veía, les ponía nombres latinos, les regalaba vestidos bobos, las hacía sonreír sin semen en la boca. éramos felices

una mañana me duchaba a oscuras y compuse un poema en voz alta:
           
            en mi útero partido
            tengo un nene eisoptrofóbico
            devorado y digerido
            vomitado y lamido
            me mira con ojos de perro mojado
            me nombra con boca de madre
            me asesina con boca de padre

en algún momento sentí perder la capacidad de habla. mis cuerdas vocales habían sido eyaculadas la tarde en que volví del almacén con esa nena atravesada en los ojos y la garganta. a partir de ahí un encierro de dos semanas donde los últimos cuatro días fueron el silencio. las imágenes en la pantalla sacudiéndose sordas, mudas, necias. sólo se escuchaba el papel del cigarrillo quemándose entre los dedos

quizá por miedo, por haber asumido la debilidad, o porque no había nadie más en el mundo… dejé que la Boa entrara a mi casa. me encontró envuelto en una manta, con chuchos de frío. sonreía como esas mujeres aristócratas cuando entran a un hospital a visitar nenes con cáncer. supuso que estaba enfermo de algo, bebió un té y se sentó en una silla de madera a mirarme. yo fumaba y tosía. el silencio se llenó de bilis. se fue

contra toda voluntad depresiva, al mediodía llevé a comer a mi sobrina. fuimos a la plaza. dibujamos en el banco de una estación de tren. quise romperle el cuello y acostarme en las vías a esperar con las orejas tapadas
irrumpió una tarde en otra tarde y otra en otra tarde. me regaló cigarrillos y entró a la habitación obscura. por la noche, los pornógrafos se ponen sus anteojos, se sientan a cierta distancia de la pantalla y dejan su boca cerrada, con pasividad exterior, hasta el momento de abrirla, como si una lombriz se asomara entre los labios, y dejar salir en un hilo de baba invisible el primer gemido apretando los dedos. la Boa agarró mis anteojos y se los puso, encendió un cigarrillo y empezó a hablar
            -tengo un regalo para vos
           
miraba la videoteca repasando títulos que conocía y que no, hacía comentarios sobre las jovencitas de las portadas. me preguntó. yo no respondí. y dijo
            -just legal, all legal… ¿nada menor a los 18 años?
            -nada
sonrió otra vez como dirigente político, repitió lo del regalo y se sentó esperando que yo hablara algo
            -podés contarme… ¿me contás?
            -te dije que no quiero hablar más

ahí todas las mujeres parecían estar disfrazadas de alguien más. la obscenidad y la vulgaridad oscilaban entre sus caras y sus bocas, los movimientos desmedidos y las expresiones exageradas. las mujeres se entregaban como si entregaran una vaca y los hombres tomaban, probaban y poseían sin respeto, como ciegos hambrientos y perros. sin embargo, a los ojos de cualquiera, el asco siempre sería mío. no es necesario no comprender a alguien como yo. sólo podía definirme como reflejo inmediato de ese carnaval grotesco, como un pozo donde eyacular la saliva, el sudor, la sangre femenina, el alcohol digerido, el heno prematuro

por debajo de la música apenas se escuchaba un murmullo agudo, desesperado, psicodélico

la Boa se sentó al lado mío
            -entre toda ésta gente, no es difícil sentirse especial
habló con calma, sin levantar la voz y yo la escuché con toda claridad. me sirvió un vaso de algo, señaló a su derecha. llevaba bajo el brazo una jovencita. la Boa susurró en mi oído
            -tiene doce años. es tuya… nuestra. se llama Lucía
le miré los ojos azules, decaídos, el pelo rizado, las muñecas delgadas que terminaban en uñas cortas, rojas, dedos largos en manos de cangrejo
            -no tiene doce
la Boa rió, la miró. me miró
            -es cierto… tiene catorce, pero…
            -¿catorce?…
            -… bueno, quince. pero aparenta menos y es muy entusiasta

humectación
la casa de la Boa olía a la cara de una de esas señoras aristócratas de Recoleta que canta tango en el Tortoni por la noche. ella estaba acostada en el suelo, jugando con su pelo. Lucía miraba la colección de discos y películas. todos estábamos en silencio

(quiero pelar manzanas
quiero fumar en la ruta
quiero un paraguas trasparente
quiero un ejército de pitufinas
quiero opacar todos los espejos
quiero rutina
quiero navegar con mi papá
quiero saber los nombres de las piedras
quiero un cuerpo sano)
            -los dejo solos
la Boa se fue, dejando en el lugar que había ocupado del suelo una promesa que Lucía no entendía y yo no cumpliría

            -si ella te está pagando…
            -no. yo vine porque quise. ella me contó todo y quise conocerte y…
            -olvidate
            -¿no te gusto, o soy muy grande para vos?
            -ni la Boa ni vos entienden
            -sabés… yo soy linda, además estudié actuación, puedo ser como quieras que sea. no me molesta, ni me da miedo. traje un vestido, si lo querés ver… bueno, no sé lo que te gusta o te…
            -Jodelle Ferland
            -¿qué?
            -no podés ser Jodelle Ferland
            -no sé qué es eso
            -no quiero ver belleza. si te queres ir, yo espero a la Boa acá, o me duermo
            -¿querés un cigarrillo?
            -si
            -ah, mirá…
abrió un paraguas lila y se sentó al lado mío. apoyó la cara en mi hombro
fumó encallada
            -no te pongas mal, no es tan importante. los chicos de mi edad son aburridos y estúpidos y las mujeres tampoco me gustan. todo es muy aburrido y muy estúpido
            -¿creíste que acá sería diferente?
            -no sé… fue un poco el libro que leí. pensé que vos al menos verías otras cosas y sentirías otras cosas. una percepción distinta, o por lo menos una que yo desconociera. y supuse que también tocarías diferente…
            -¿a vos qué te pasa?
            -no sé. nada me gusta… quería ver del otro lado















una prostituta me escupió cuando le expliqué quién era Jodelle Ferland. no volvió a hablar hasta que terminó el tiempo y dijo que no podía volver a verla

en la plaza Francia los cigarrillos tienen otro gusto. esa tarde los pies no vomitaron. ahí sentado creí que el anochecer nunca llegaría. creí que el hambre y el frío no llegarían. pensé que el tiempo se dilataba, que mi fondo se alejaba y el humo que aspiraba nunca saldría y la canción que no terminaba de sonar  sonar sonar sonar sonar sonar sonar y sonar sonar

0 comentarios:

Publicar un comentario