I

Podría entibiarte las piernas con mi lengua y que el frío salga de tu cuerpo hasta la vereda en que pisas. Podría desnudarme en público y hacerte el amor.
Pero no hace falta, acá la cosa es sencilla. Hay tierra y piedras, viento, ojotas y pies desnudos. Sexo rico, empanadas, habitaciones y si, mucha soledad.
Me encanta ver tu cuerpo en mi ventana, ver como disimulas algunas manchitas en tu pantalón. Estás detrás de un árbol que no te esconde, al contrario te ubica en el centro, como a tu sonrisa que de tan blanca pareciera gritarme: besame, besame.
Yo también quiero lo mismo que vos, pero mi abuela está despierta.
Te hago una seña, -vení!…. En un rato se va a ir a la cama.

……………

Ella empieza a bostezar y vos; entrás por la ventana.

…………..

Te escucha gemir, siente placer, lo sé. Se despierta cuando te vas y los ojos le brillan como si hubiera descubierto algo maravilloso en su cuarto, el mismo que compartió con mi abuelo, toda su vida, siempre igual.
Prendo la tele, ella se sienta enfrente. Es su vicio, la droga que la salva de la soledad o al menos eso me hace creer. La veo fingir ante el aparato no recordar tu presencia en mi cuarto. Una sonrisa llena de vida la delata, aunque no quiera. La veo brillar.

……………

¡Salí debajo de las sabanas que te la voy a chupar! La abuela era una mujer muy linda y alegre, pero se cansó de los hombres borrachos, la violencia siempre pateo el cuerpo de su feminidad. Un árbol genealógico violento padre, marido, hijos, todas ramas podridas. Ahora se sienta a esperar que algo la lleve.
Pero nuestros ruidos le recuerdan que está viva, aunque no quiera.

…………

Salgo a la vereda con una excusa. Amo ver tu torso ir, las cosas a la altura de tu espalda parecen tan hermosas, el sol se te mete por los hombros. Sos un dios en mi vereda, caminas a contraluz hasta el fondo y desapareces en la tarde, doblando en la primera esquina.

………………

La abuela me ofrece un mate, me mira y se detiene en mi cuello, por suerte no ve que llevo restos de vos entre los dedos. Estiro la mano izquierda y lo acepto con una sonrisa. Tus caricias me cuelgan de los cachetes llenando de amor la cocina y lo que queda de mi abuela. Por un rato, las dos somos felices.


II

Un viento se la llevó. El viento fuerte había entrado una mañana, mientras desayunaba sus mates amargos, con cáscaras de naranja, frente al televisor. Fue un viento tan fuerte que abrió la ventana de par en par golpeando las paredes hasta ahuecarlas un poquito. Mi abuela levantó la cabeza cuando lo sintió en su cien, era cálido y el sol entraba como para aplacar el miedo en su cuerpo. La mirada de ella se perdió en el fondo de la habitación, casi tocando las sombras de las puertas, ventanas y muebles. En una sola mirada acarició todo lo que amó.
Yo me desperté y la vi. La abuela se iba por la ventana. El viento la inclinaba de a poco, hasta que la hizo salir por el marco, primero la cabeza y luego el resto. Así, me fui quedando sola.
El agua de la pava se heló. La tele permaneció encendida un tiempo más y yo, también. Tal vez él me la devolvería. Pero no. No pasó. Tuve que acostumbrarme.

III


Mi dios de vereda me mira detrás del ombú del otro lado de la calle. Ya en las sabanas, lo veo chuparme lo pies y desde el fondo de la cama, escucho como su voz tensa me cuenta las costillitas. Dónde te habrás perdido Nadia Sol, me decía.
Y yo volvía, sólo para no asustarlo, pero sabía muy bien que hay paraísos perdidos y que al pasado no se vuelve.


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