¿Se puede mirar una cosa cualquiera
con la misma mirada tierna
de quien observa la seriedad
con la que juegan sus juegos
los niños en la plaza?
me pregunté perdido en el tiempo
por un instante que
vaya a saber quién sabe cuánto duró.
Mientras mi culo se mecía
de quedo sobre la hamaca del medio
de las tres que había,
la plaza parecía estar presa
encerrada entre rejas
que guardan su venganza contra las avenidas
que en un tiempo la emboscaron
con caminos de piedra y humo
que son caminos del dios progreso.
El hambre insaciable del progreso
que no veo ni ir ni venir por esas sendas grises
porque está sentado incómodamente y furioso en su trono
tomando a los hombres por la cabeza
entre sus dedos como pinzas gigantes
dejándolos caer a su boca, uno tras otro.
Veo la fronda de la arbolada que fluye y refluye con el viento,
veo las fuentes por las que fluye y refluye como agua
un tiempo constante y monótono,
y veo los monumentos y las estatuas indiferentes al tiempo y a todo.
Nada mejor para mi indiferencia
que la indiferencia de esta plaza
mirándose el ombligo tiernamente
como yo miro al más honesto parlamento
debatir si piedra libre, o si mancha.
Mientras rechino las cadenas con mi peso de cuerpo maduro
y mi pregunta rechina en mi cabeza inmadura
que va que viene y que juega seria y sin prisa.

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