¨ Entonces aquí termina mi viaje, aquí donde termina mi país y donde termina mi desierto, aquí en Arica, en este puerto ubicado en la punta más septentorial de Chile¨

Memorias del desierto, Ariel Dorfman, 2004.


Un afán por hacer hablar a una tierra desértica comienza a producir un gran despliegue discursivo lleno de recursos literarios e imágenes poéticas que están llenas de palabras y significantes profundos y sinceros en la pampa chilena. Dónde la simple ilustración de un mapa nos ubica en la posición geogràfica del desierto de Arica, en el extremo norte de Chile; es el Desierto un escenario de los inicios de una identidad no solo chilena, si no también de un alcance mayor, mas universal porque él guarda los orígenes y la vida misma. El silencio del Desierto es su propio síndrome, dice:

¨Es como una mujer-había dicho Miguel-. Seduce, atrae… Cuando lo vez por primera vez, el desierto ofrece muchas tentaciones y luego te las va negando lentamente, repite la misma oferta, cada día te da otra vez más, casi con desesperación, lo que ya te ha dado ayer. Siempre igual en su monotonía. Y uno empieza a darse cuenta de que realmente jamás se te entregará.¨[1]


Es la trampa, es el vicio. Pero también es el espacio de lo vivo, de la ciencia y de la astronomía por las reflexiones sobre el origen que instaura este aspecto del Desierto chileno. Es el escenario y del fin de un relato de viaje que Dorfman inicia como un regreso a un pasado que se perdió. Es un flujo discursivo sobre una tierra que parece reflexionar sobre una identidad propia de América Latina; el Desierto habla en la literatura y nos alumbra con esta lectura que retoma algunos tópicos pasados de nuestra historia, cuando los límites fronterizos todavía no estaban muy bien definidos y no había una cultural oficial propia y bien consolidada.

Con el mismo carácter de exiliado que ilustro a muchos personajes de nuestra cultura, Ariel Dorfman confiesa:

¨ Como yo, se enamoró de un país que en el que no había nacido, y debió marcharse contra su voluntad después del golpe.¨[2]

El exiliado ha sido separado de su espacio dador de identidad, ese espacio que es considerado como propio. Es curioso que la identidad que parece, de algún modo, consolidada se corrompa con la misma acción del Desierto: una hibridación de relatos que despliegan una cultura pluralizada, que esta sostenida por el cruce de culturas limítrofes con las zonas de contacto. Entonces, el Desierto se vuelve plural, se habla a si mismo y nosotros, como lectores, estamos en ese espectáculo que es un abrir secreto que no deja de coagular, para instaurar la reflexión sobre si verdaderamente somos portadores de la identidad oficial que nos instauraron los antepasados de nuestra cultura; pero el Desierto de Antofagasta pide a gritos ser escuchado; él es el verdadero portador de la identidad, porque es el que le ha dado origen al todo lo que se le ubica alrededor, lo ha visto casi todo.

La marca de la discursividad se ubica en la carretera de Antofagasta; allí hay una mano gigante, erguida y perpetua desde los orígenes cósmicos hasta los orígenes políticos de la dictadura chilena. Dice:

Nuestra respuesta al desierto, esa mano.
Lo que nos hace humanos. Que no podemos aceptar el vacío, la nada. Que todos queremos dejar algo, una huella, un rastro, pero no por accidente y no en el barro, no sólo el resbalón casual de un pie de camino a otra parte, sino, deliberadamente, a veces incluso con brutalidad, adueñándonos de lo que encontramos.¨
[3]




[1] Memorias del desierto, Ariel Dorfman, Bs. As., Del nuevo extremo, 2006. Pág. 67.
[2] Pág. 67
[3] Pág. 90.

2 comentarios:

vio le ta dijo...

un regalo desde el desierto


http://www.cervantesvirtual.com/portal/poesia/verfoto.formato?foto=/portal/poesia/zurita/desierto5.gif&autor=Ra%FAl+Zurita&texto=El+desierto+de+Atacama+V&ref=12289&enlace=zurita

Nadia Sol dijo...

Muy buena reseña, la verdad las citas suenan interesants, habra que leerlo. T felicito querido Rossi!

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