hoy que nazco la vida tiene sabor a muerte.
Lloré tanto en el parto como en la partida,
y ese llanto sabía a vida cuando el cielo
llovía conmigo y el trueno gritaba fuerte.

Yo quise ser el tren que terminaba en la estación del verano, andar por el mundo con el corazón en la encrucijada de los ligamentos y perderme en el laberinto de las vanidades de los que saben el sabor del vino viejo y los besos jóvenes.

Hablando de vinos,
no voy a brindar por la salud ajena sino por el propio vicio,
voy a levantar la copa más alto que mi frente
y desearme un cuerpo caliente
para enredar mi brazos
y un abrazo frío para el resto de la gente.

Yo quise ser un abrazo por atrás para mi chica en la cocina, quise que la risa pose su gracia en mi boca y ella riendo pose mi boca en su gracia de mujer.
Yo sabía que de esa uva escurre el mejor vino y sabía que los besos más jóvenes escurren de las bocas más húmedas.

Hablando de bocas húmedas,
no voy a tragarme la locura como una sopa fría.
Aunque los besos sepan a sal y menta
como las lágrimas zafiras
que derramo en esta muerte lenta,
voy a seguir creyendo en mis mentoras mentiras.

Yo quise cantar en la banda sonora del placer, ser quien me place contar en mis letras. Yo quise crecer molesto como crece el orzuelo del subsuelo del cielo y hacerme sentir empujando para afuera en la panza de la partera de los muertos.

Hablando de la muerte,
hoy que muero, la muerte sabe a vid y a vida.
Recibí un beso tanto en el parto como en la partida,
y ese beso sabía a lágrima cuando la muerte
lloraba conmigo y la vida me deseaba suerte.

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