Ellas miraban desde arriba. Iba pensando en que es en lo que ellas pensaras, mientras viajábamos.
Ellas, blancas como en algodón, impuestas en la altura mirando que es lo que pasa abajo; en el campo y más allá. Hasta casi llegar a la cuidad alborotada.
Viajábamos por una ruta desagradable. Y yo estaba en la parte de atrás, casi embobado en mis ensoñaciones ridículas. Sobre nubes que me confunden en el espacio unidireccional.
Las nubes con forma de cara lo veían todo. Ellas elegían el instante del cambio de los viajantes. Conversaban, estoy casi seguro de eso.
Fracturo mi ensoñación por un gran impacto, que no tuve tiempo de terminar de percibir. Yo era el acompañante y ahora no se donde estoy.
En algún lugar me están comiendo los gusanos; los siento a todos ellos comiendo mi carne, degustándola con delicia.
Y las caras en el cielo siguen con su conversación definitiva.

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