Me estoy quemando.
Eran los tiempos felices los del arte. Ibamos a la casa de Graciela a pintar y a dibujar; ella era muy buena, casi no nos cobraba un mango por estar en su "taller del arte". Su casa era de lo más linda: largas mesas llenas de pomos sangrando de pintura al óleo mezclado con un fuerte olor a aguarras viejo. Más y más pinceles que nos volteaban de colores alegres. La enrredadera entraba por la ventana de madera y ayudaba con nuestra labor. Y Graciela corria feliz por todas partes y al saltar parecía que el aire la elevaba para llevarla hacia donde ella quería. Resultaba fabuloso contemplarla caminar sobre el viento. Todo eso y más acompañado de un total desorden de papel crepe, lápices de colores mojados, pinceles y algunas temperas.
Parecía adecuado para vivir y nosotros admirábamos ese fabuloso y estrellado cuadro deseando parecernos a Graciela y a sus amigos alguna vez, en algún tiempo no tan lejano. Poder percibir el mundo a través de esa hermosa palabra llamada ARTE; flameando nuestros largos cabellos rojizos para destrozar de color un gran bastidor de metro gigantesco. O hasta poder llegar a algo parecido al arte tachista y, con suerte ser aclamados; pero nosotros teníamos nuestros límites con la técnica, Graciela nos enseñaba.
Así nos imaginabamos el vivir cuando los dos teníamos dieciocho años, yo casi entrando a los diecinueve.
No pensé que todo iba a resultar diferente.
Yesica y yo seguiamos fabulando en ese mundo que lograba eficazmente mantenernos apartados de los contenidos superficialmente sociales. Nos imaginabamos exponiendo nuestros trabajos de artistas en museos de barrio o en centro culturales municipales; en eso eramos humildes. Queríamos tener en nuestras mesitas de noche una foto abrazando a Graciela, en agradecimiento por habernos dado la oportunidad de conocer aquel mundo alterno; desprovisto de prejuicios y despreocupaciones verdaderamente odiosas.
Pero no fue así. Duro poco.
Nos cortó el tiempo y la vivencia. No sé en que momento fue para Yesi, no sé si fue antes o después que el mío. Creo que fue después, si no fue simultáneo.

. . .

Corrí una noche. Huí de mi hogar y nunca más volví. Orgulloso salí una noche de verano, en diciembre, con la percepción de lo que fue bien alta. Nunca más volví y destruí una parte de la percepción que tenía del arte píctorico. Ahora soy un vagabundo de los dos espacios: soy un vagabundo del arte y de las letras. Trato de probar la validez perceptiba de aquel espacio al que alguna vez pertenecí y ahora solo puedo opinar sobre él.
Graciela hoy sigue intentando mantener ambiguo el pasaje que se debe mantener entre los dos lados, para poder existir y resistir en el medio del límite: ni realidad ni ficción; ni arte ni vida. Los dos, algo de los dos, más momentos de uno que de otro lado de la frontera entre los dos mundos.
Nos había tocado esa dualidad. Un instante arrancado de la totalidad del mundo nos permitía fantasear y fabular toda la semana y así resistíamos.
Yesi hoy sigue acompañandome; en los momentos que podemos. Su gracia tampoco es mejor que la mía. A veces, contemplamos nuestra habiatación llena de cuadros y bastidores gigantes; lloramos por lo que no fue.
Hasta ahora no puedo tomar un pincel con mi mano, me está quemando.










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1 comentarios:

uno más dijo...

Me gusto. No deja nunca de lado el tema central del arte o al menos no se pierde mucho y es consistente.
Está bien contado. En la segunda parte me gusto encontrar esa dualidad en común para todos los personajes, pero al principio se satura de la palabra "percepción".
Igualmente muy bueno.

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