Selección de poemas por Sofía Vilá 




IV (poema del poemario Guadal)


Este hombre que vio salir una mariposa blanca

                                    de la boca de sus muertos, la vio 

ascender al cielorraso, quemarse, intentar

entrar en el foco, pues allí comienza, para la mariposa,

la luz, termina

la luz. Este hombre que ha pensado, entonces,

en las veces en que vivió las experiencias

elementales del cuerpo como el advenimiento

                                                 de posible milagro,

un fragor en el pecho –largamente parecido al dolor-, 

                                                  un pequeño

e inconsistente éxtasis, una jornada

agradable entre amigos sintiéndose amado, 

respetado –cierto que en sus términos-

y luego, por la noche, al cerrar las puertas,

apagar las luces de la casa, midió, sopesó

el residuo de la alegría diaria, se dio cuenta

de que engañaba al vacío, lo mejoraba, pero

reaparecía en sueños, en la vida doméstica, en el brillo

del cajero automático al final de la fila, bordeando

la delicada red de argumentos y ritos con que

se guarda la vida de la locura. Este hombre

que sabe de una forma imprecisa, limitada,

pues no hay manera de pensarse fuera

- se dice- de su propio pensamiento, que no

es nuevo, esto, que toda su vida ha sido

un empañamiento, una amistad serena

con la ruina, guarda esta pequeña idea

para sí, y promete no compartirla

con personas felices y satisfechas con

sus propias vidas. Sabe

que la paradojal luz de su existencia, la que

lo ha acompañado en forma de una

necesaria y muy personal sabiduría,

es su propia lámpara, el sol ocre

con que cuenta para alumbrar

la realidad y el reverso

de la realidad, y que no alcanzará a estar

cuando el fuego de los grandes incendios abra

la noche de todo en dos. 


···


VI (poema del poemario Cuerpo)


había una niebla espesa, vi

correr a unos niños y paré el auto


al mirar hacia arriba vi cómo

la montaña se venía materialmente encima

de las casas


todas las almas de los que amamos

estaban allí, ciegas

rodaban hacia nosotros

cada una con su piedra a cuestas


algunas eran pequeñas como guijarros:

les colgaban del cuello

como joyas refulgentes, otras

pesadas y oscuras, eran cargadas

sobre los hombros, los brazos,

repartían su peso de rato en rato


de entre aquellos que vi, estaba

mi hermano, le dije: vos, acá,

¿por qué? ¿te acordás de los

Caballos? ¿dónde está

tu carga? Olfateó

mi hermano el viento,

el acre viento de los ríos

dulces y crecidos donde moran

los sapos y las garzas, me dijo:

tocá, hermanita,

tu cabeza, esa piedra es

enorme, pesada, podrás

construir, con ella,

tu casa


···


I (poema del poemario Cyborg)


¿recuerdas, Neferet, cuando aquí había caballos?

 

negros color azabache, dorados contra la luz

del sol, rojos como el vino y los rubíes, volcados

en masas de patas y ancas fogosas, pisoteando

cardos, maizales, bravos porque sí, siempre

las crines estalladas por el viento

vos lo mirabas en el amanecer, y en la tarde, 

cuando bajaban, en tropilla, al arroyo Mallín

a beber y luego, sudorosos, tiraban tierra

hacia atrás, y luego copulaban, y tenían

reuniones secretas en la noche


¿qué veías? ¿por qué tus sensores

memorizaron esos cuerpos augustos?

¿por qué hiciste zoom en el sudor,

Blanco como una baba? en los belfos

Abiertos, cuando gozaban en el agua,

en el rincón vibrante del sexo

de los machos?


y por qué, ahora, en esta oscuridad

abrís la ventana de tu pecho, y proyectás

para mí, lo que hubo de vivo?


te pido: otra vez


las estrellas se mueven, el fuego

se apaga, llorando te pido

una vez más los caballos, Neferet


y los caballos andan en tu memoria

vivos, Neferet,

oh, tan vivos!   


···


IX (poema del poemario Cyborg)


llegó como llegan las cosas

que no se esperan: de pronto

el cielo estaba encendido de un color verde

opalescente, los pájaros deseaban migrar pero

se estrellaban en círculos, el sentido

de los cauces alterados, y la tierra

se abría bajo nuestros pies


una oleada de eventos, y una segunda 

que le siguió a esa, y una tercera,

fatal


al día siguiente el sol salió

hubo brisa, nada más


¿dónde se había ido todo?

los niños, los colectivos,

los edificios, la pequeña

hierba diente de león


donde había una cosa, no estaba, ya,

la ausencia de la cosa, parecía

que jamás hubiera existido 

algo sobre la faz de la Tierra


de repente todo estaba repleto

de un silencio inédito

como no me fue jamás posible imaginar  



Sobre la autora |


María Elena Anníbali (Oncativo, Córdoba, 19 de abril de 1978) es escritora, docente y tallerista de Argentina reconocida en su labor de poeta obteniendo importantes premios y siendo reconocida por sus pares.

Su primer libro publicado fue “Las madres remotas” en el año 2007, obra que gana el concurso de la editorial Cartografías de la ciudad de Río Cuarto cuyo premio es la publicación. Diez años después se vuelve a editar por el sello Buena Vista en una colección “Amalgama” dirigida por el poeta Alejandro Schmidt. En ese momento Elena Annibali vivía en su ciudad natal, Oncativo.

Ese mismo año realiza una clínica de poesía dictada por Alejo Carbonell, editor de Caballo Negro. A partir de allí comienza a trabajar en lo que será su segundo libro “Tabaco mariposa” en el año 2009.

Su tercer libro “La casa de la niebla” publicado por Ediciones del Dock de Buenos Aires logra un gran recibimiento por los lectores, colegas y la crítica especializada.


En el año 2017 se publica “Curva de remanso”, nuevamente por Caballo Negro editora.


Facebook: Elena Annibali


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Instagram de la editorial: @caballonegroeditora

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