por Milagros Corcuera

Escribo en un cuaderno golpeado, hecho percha, guerrero, que seguro se perdió en el fondo de mi bolso al lado de mi bufanda, atrás de la cartuchera, entre mis monedas, dos libros, la yerba y el mate. 
Las tapas tienen tatuajes de vidas pasadas, manchas de alcohol y café, arrugas de lluvia y trajín. Sé de donde vienen mis cuadernos. Regalos o ferias, casualidades o robos. Todos tienen una filiación algo esquizofrénica y distintos tamaños: en ellos, los diarios de viaje se mezclan con las cuentas y puntajes de una generala o cualquier juego, al lado de un poema está la cita del dentista o un número telefónico. La vida, qué más da, no separa las cosas en tarritos ordenados y yo tampoco planeo hacerlo. No tengo un lápiz favorito, si no el que tenga más a mano –leer sí, se hace indudablemente con un lápiz negro, pero para escribir cualquiera que tenga tinta me sirve-. En emergencias sirve el celular, si es que realmente tengo que escribir, si el poema lo pide y hace su pequeña explosión. 
Chispea una imagen, resuena su murmullo y comienzo tirando del hilo a ver qué pasa; el misterio de qué forma toma: muchas veces me sorprendo sin saber de donde sale, otras soy consciente de mi construcción y busco palabras mullidas, suaves, que hagan nido y contengan esa imagen vibrante frente a mis ojos. Me gustan los cubiertos con filo, las palabras precisas y sustanciosas que saben mezclarse con las otras que esperaban en la parada de un bondi a que llegue yo.
A veces me quedo quieta frente a una puerta mucho rato sin entrar a la casa, porque tengo el hilo en la yema de los dedos y si entro temo que quizás lo pierda. Suelo escribir sola. Anoto en la calle, en el subte, frente al sol en una terraza; las palabras corren de un tirón, cada tanto tacho un poco, o me detengo a contemplarlas. 
Hace rato que no se aparecen los poemas tristes, mojados, y a mí, como a Gabriela, escribir me alegra; veo el dibujo del hilo que puedo recordar en otros días; sirve para amuletos y embrujos, para compartir con amigos, para enunciar una crítica. Me sonrío con lo que me rodea y agradezco en forma de poema. Pienso en forma de poema, guardo poemas como figuritas de un álbum que es mi pequeño collage de mundo recortado. 

Si todo ha terminado, si encuentro el cuaderno golpeado, si siento que puede madurar su fruta, los versos encuentran su cauce en las teclas y se transcriben a un lugar menos físico, más imperecedero, para acumularse en una carpeta virtual. Sé que les resulta incómodo, sé que es frío como un condominio donde todos los portales son iguales, pero ubicarlos me da una dirección a la cual mandar postales y donde es más fácil recibir visitas. 


*Este texto forma parte de su libro, Trasandina (Ediciones Letras en la Arena, 2018) que fue escrito y publicado en Valparaíso.


| Sobre la autora |

Milagros Corcuera (1993) es poeta, pelirroja y porteña: nacida y criada en la ciudad de Buenos Aires.  
Durante el primer semestre de 2018 vivió en Chile, como estudiante de intercambio de Letras (Universidad de Buenos Aires) en su otro puerto, Valparaíso. Es Integrante del Taller de Poesía de La Sebastiana 2018 dentro de la Fundación Pablo Neruda.

Publicó Un paso afuera, plaquette de poemas ilustrada (Buenos Aires, 2017). Junto a la fotógrafa Nadia Díaz montó la exposición fotográfica-poética Instantáneas (Buenos Aires, 2015). 

Además, es docente, bibliotecaria y narradora.

Cree firmemente que de sus padres biólogos aprendió a mirar las cosas con detalle, y que la poesía es una de las mejores maneras de relacionarse con el mundo. 

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