Por   Enrique José  Decarli

…quizá sea ésta la atracción de la leyenda: no el crepúsculo ensoñado de la fantasía desatada,
enamorada de lo que es vago y brumoso,
sino esa diáfana claridad prohibida a nuestra elusiva existencia.
Steven Millhauser.

Puedo hablar por todas porque es algo de todas. Pegajoso. Espeso. Chorrea lento por un hombro o se pierde en la maraña de pelo al caer de lleno como una plomada. Haber sido blanco de una paloma. Ésa es la sensación. Sólo que de noche las palomas duermen en el campanario. Entonces si es de noche, una se da cuenta. Reprime el impulso de limpiar lo que al principio creyó una inmundicia y después no, la mayor bendición. Si voltea rápido la cabeza, con suerte lo verá correr de espaldas, terrazas arriba, la misión cumplida, la campera negra abierta volando al viento: el torso inclinado hacia delante sobre el tejado. Verlo saltar nos anuda el estómago. Cerramos los ojos al pensar en el vacío que lo separa del próximo techo y si tal vez no llega y si calculó mal. Una se lleva las manos al pecho. Desapareció y sabe. Ya nunca más lo verá.
Esa noche se vuelve a casa despacio, acariciando el pegote color tiza. La panza todavía contracturada y deseándole suerte. Mucha suerte. Los hombres cobardes lo odian. Lo buscan, lo persiguen. Lo esperan en las esquinas y en los baldíos, las escopetas siempre cargadas. Esa noche una sueña que un día él vendrá. Se descolgará por la ventana. Revelará el rostro a través de las cortinas y dirá su nombre. Pero eso nunca va a suceder. Lo sabemos. En adelante, más que nunca, habrá que conformarse con el marido que espera por la comida, se queja si la encuentra fría o caliente, mira televisión en la cena, mira televisión en la cama hasta quedarse dormido. Ese hombre incapaz de notar el menor cambio en una y ese otro hombre, anónimo, que de entre todas las mujeres del pueblo, esa noche nos eligió. Agazapado entre canaletas o ramas nos vio venir a la distancia. Midió el instante en que pasaríamos debajo de él. Contuvo o aceleró su ritmo. Apuntó y lanzó el elixir certero. Esa noche agradecemos haber nacido en este pueblo. Único. Sólo por él.
En la cama tratamos de generar la imagen desde sus ojos. Cómo nos habremos visto. Se viene tan distraída, que quién puede asegurar, que ya bajo su mirada, una no haya bostezado o hecho cosas peores. Siempre es igual. Se espera toda la vida. Se crece con la ilusión y cuando llega el momento nos sorprende sin depilar, sin maquillaje, vestidas de entrecasa. Damos vueltas. Prendemos el velador. La una y cuarto, las dos menos veinte. Los ronquidos del marido molestan. Los movimientos en la cama, que son costumbre, molestan. Cualquier cosa molesta esa noche. Una va a la cocina y prepara un té. Se pone el salto de cama y sale al patio. Enciende un cigarrillo y se sienta en el suelo. Mira los techos que la visión permite ver y si es necesario una se para, más allá hay más techos y más noche. Tal vez él salte y podamos guardar un perfil difuso. Un codo anguloso. El tamaño del calzado, algo que recordar. Pero él no salta y el té se enfría. El cigarrillo se consume y el marido en la cama, es la imagen más parecida a un hombre.
La mañana nos encuentra relajadas. A pesar del cansancio por las horas en vela una, definitivamente, es otra mujer. Si el marido pide tostadas hacemos tostadas. Si el marido pide dulce y no hay, una se viste y va a comprar. Dulce. Dos tipos de dulce, total, qué nos importa a nosotras de tostadas y dulces. Lo único que deseamos es que ese hombre se vaya lo más rápido posible para ir a casa de mamá, de alguna hermana o amiga. Ellas entienden. Y no sé. Se notará en los ojos. Porque sólo es vernos llegar y sin que haga falta decir nada nos abrazan, nos besan, nos bendicen, preguntan:
―Dónde fue.
Señalamos el hombro. O la cabeza. Y ellas besan, el hombro o la cabeza. Y vuelven a preguntar:
―Dónde fue.
―Rosario y Santo Domingo ―decimos, por ejemplo.
Ellas toman nota mental en una lista creciente de direcciones. Primero repiten:
―Rosario y Santo Domingo.
Cierran los ojos. Asienten en silencio y memorizan la esquina donde, en adelante, no se lo podrá esperar.
Sentadas a la mesa y pasado el entusiasmo, entra la preocupación. Ellas saben que sentadas a la mesa y pasado el entusiasmo entra la preocupación.
Es qué hay tanto impostor dando vuelta… Imaginate si fue un farsante. Un bromista. Un maridito cualquiera que después tiene que volver a casa y dar explicaciones por el retraso, la agitación y la ropa desarreglada.
Ella se levanta y nos abraza.
―A ver ―dice―. Cómo fue.
―Como el desecho de una paloma.
Entonces ella dice que sí. Que fue él.
―Quién más va a animarse con los hombres y las balas.
Una asiente. Es tarde y hay que irse. Hacer las compras. Preparar el almuerzo. Los chicos y el marido estarán de vuelta a mediodía, hambrientos, sentados a la mesa golpean los cubiertos. Pero antes otra cosa. Porque ahora somos pares y podemos preguntar.
―Contame de vos.
Ella se estremece:
―En la plaza ―dice―. Desde un árbol. Fue pasando de rama en rama hasta desaparecer.
Se levanta y esconde la cara. La vemos de espaldas, secarse en el delantal.
―Era él ―repite.
Ahora sí debemos irnos. Tocamos la fibra más íntima y lo que dijimos es todo lo que se puede decir. Nunca más hablaremos del tema. Lo sabemos. Como el rayo, nunca ataca dos veces en el mismo lugar. 

4 comentarios:

Anónimo dijo...

"Como el rayo"..."nunca ataca dos veces en el mismo lugar"... Original, para la polémica!

Anónimo dijo...

Mediocre y pretencioso. Nada menos creíble que esta voz femenina pésimamente lograda que muestra desprolijamente los cimientos de la construcción. Este hombre padece de un ego excesivo si considera que puede escribir desde la visión de, no una sino muchas(!!) mujeres sin que se note su mano detrás, si no misógina al menos machista recalcitrante.

Anónimo dijo...

Por mi parte creo todo lo contrario, claramente lo que te irrita del texto es justamente esa alienación machista que esas mujeres padecen y me parece que el texto lo pone en evidencia. Luego si te quedas con las superficialidad de el tipo que se mastuba en un techo y ellas estan desesperadas por eso, tu lectura seria valida, pero me parece que hay trasfondo un poco más interesante. El ambiente opresivo está bien retratado y es interesante por esa misma razón enojo con el texto, pero en realidad el enojo es con una sociedad machista que se reproduce hasta en cada minima cosa. Este texto me recuerda a las mujeres que pinta en sus textos Clarice Lispector. Creo que está más emparentado con esa visión que con un sentido misógino.

Helena

Anónimo dijo...

Me encanta el relato. Igual que los otros dos que publicaron de este autor (por qué, me pregunto, es tan poco conocido). Me gusta el tono del cuento. Ese personaje transformado en leyenda. Aplausos para Decarli. Hay más material de él en la WEB y este año, según leí, se vienen dos libros nuevos de relatos.

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