por Gabriel Torrelles

Amanda Mocci
Era un buen día para quedarse en casa con todas las cortinas echadas viendo todas las cucarachas que siempre ves de noche con las patas arriba moviéndose como versos sin escribir. El sol era lo de menos si mantenías los ojos entrecerrados y el volumen de tu respiración bajo.
Encendiste el ordenador y escribiste un par de saludos sin ganas. Aspiraste los cigarrillos engurruñados que todavía cuidabas con recelo tras tu última resolución de no volver a fumar. Sudaste frío aunque te morías de calor. Te relamiste los labios recordando la última vez que besaste aquellos labios perlados que de vez en cuando se posaban en tu pecho cuando tenías suerte.
Levantaste el teléfono y hablaste con los cinco amigos con los que querías hablar desde hace tiempo y que no llamabas por pereza. Viste algún que otro buen video en MTV, pero no fue la mayoría. No apagaste tu teléfono móvil porque querías ver si se caía de la mesa cada vez que vibraba. Rezaste algunas oraciones que consideraste verdaderas después de mucho tiempo.
Te duchaste y decidiste quedarte desnudo para dejar las huellas un rato de tus pies marcadas en el piso de madera oscura.
Quisiste aprender a bailar pero volviste a convencerte de que tienes dos pies izquierdos.
Esperaste un poco antes de abrir el refrigerador y ver la botella de vino viejo que no pudiste beber cuando quisiste.
Te caíste y no te levantaste.
Apagaste todo menos tu ipod.
Y escuchaste la suave voz de Emily Haines susurrando “If you find me, hide me, I don’t know where I’ve been/ When you phone me tell me everything I did/ If I’m sorry you lost me you’d better make it quick/ Cause this call costs a fortune and it’s late where you live/ It’s late where you live”.
Te pareció una historia vieja. En tal caso, no una historia por la que puedes atiborrarte de pastillas ahora como antes. El dolor es el mismo, eso sí. Así de grave, así de denso. Como el día aquel cuando no te quisiste parar hasta que hiciste tus maletas y volaste durante horas a otro continente sin darle explicaciones a nadie, para sentir que también viajabas en el tiempo a encontrarte con lo que fuera que te estuviera esperando.
Siete años después de la sobredosis que sólo un reducido grupo de personas conoce y el intento de arrojarte a un coche para experimentar el golpe seco que te dejaría temblando en el asfalto, entre la vida y la muerte, vuelves a tener las mismas dudas que te hicieron dejar de usar medios insólitos para quitarle el velo a las mentiras del mundo y la TV.
¿Será que después de todo sigues allí con los ojos entrecerrados, la cara ensangrentada, entre los vivos y los muertos?
¿Será que la transición nunca es tan rápida como se cuenta? ¿Qué siempre quedamos flotando y sin respuestas, ya sea porque no estás haciendo las preguntas correctas o porque la mágica respuesta que esperas en realidad no existe?
Era un buen día para quedarse en casa preguntándote eso, un buen día para no despedirse y ver si el mundo milagrosamente gira hacia otro lado, donde no hace falta dinero, ni un techo donde vivir, ni el amor que te empeñas en conseguir.
Por eso no llamaste a mamá ni a papá ni a tu chica y tampoco dijiste nada a tus amigos, de los que únicamente querías preservar sus voces para reconocerlos cuando todas las luces estén apagadas y tú puedas escucharlos pero ellos no a ti.
Aunque grites, te has quedado mudo.
Era un buen día para quedarse en casa y vestirte de nuevo y pensar hasta que te doliera la cabeza.
Pero llegarías a la misma conclusión de siempre.
Nunca te dirán nada, importa bien poco cuánto preguntes.
Era un buen día para arrojarte por la ventana y viajar a un futuro donde nadie te conocerá pero te sentirás igual que ahora.
Un buen día para sentirte feliz lejos de los vivos viendo el último cuadro que pintaste, con ella en technicolor, diciéndote cuánto te extrañará cuando, por fin, la vuelvas a encontrar.
El día de tu muerte fue un día maravilloso.

(Octubre 2007, aquí)



[Sobre el autor]

Gabriel Torrelles (Caracas, 1978) es periodista y escritor. Cursó estudios de Comunicación Social en Caracas y Creación Literaria y Humanidades Contemponáneas en Madrid. Ha publicado cuentos en la revista española El Nido del Escorpión y en las antologías Sexo a 62 manos (2008) y Tiempos de Ciudad (2010), fue ponente de la III Semana de la Nueva Narrativa Urbana y autor de la novela Peor que tú (2008). Colaborador en distintos medios, director editorial de unos y fundador de otros, semanalmente firma la columna #postdata en la revista Dominical del diario Últimas Noticias y en la actualidad prepara su segunda novela mientras comienza a dirigir algunas cosas y escribe sobre el futuro en su blog.

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