I
De cómo se supo por primera vez de su existencia

por Rubén Blasco 

Connected Generation Art PrintNunca nadie había oído hablar de ellos. No se conocía de su existencia. Ni siquiera tenían nombre. Como si nada a lo que nadie se hubiera molestado en poner nombre fuese capaz de existir por sí mismo, al margen de las palabras.

La gente, por las mañanas, iba a sus trabajos en sus coches con las malas noticias de la radio como obligada sinfonía. O en trenes, recién lavados pero sin alma, donde la gente bostezaba y bostezaba tratando de tragar los últimos alientos de sueño. Todos ellos habían olvidado sus rostros en sus casas, o en otra ciudad, o en otro país…

Y ninguno de ellos sabía todavía que pudieran existir.

Una mañana, los primeros que marchaban hacia sus obligaciones como quien acude al matadero, aún de noche, vieron al primero. Con una pierna y dos muletas, cerca de un semáforo.

Al día siguiente había otro en el semáforo de en frente, ya estaban este y aquel. Otro día más y ya eran este, aquel y el de allí.

Con el paso de los días laborables, sin contar puentes ni fines de semana, donde había dos luego eran cuatro, después ocho y no mucho mas tarde dieciséis, como una progresión maltusiana.

Se acercaban a la ventanilla del conductor, enseñaban un vaso vacío del McDonald´s, que por supuesto no habían apurado ellos. Entonces les decías que no y ellos lanzaban un maleficio indescriptible.

Jamás se supo que idioma era aquel tan extraño que hablaban. Los filólogos más importantes se pusieron frente a ellos y no pudieron sacar nada en claro. Como los unos no daban monedas, los otros no daban palabras.

Tampoco nadie les había visto irse a dormir; recoger sus bártulos y monedas en una sucia bolsa de deporte e irse a descansar hasta el día siguiente.

Lo que nadie sabía era que dormían dentro de los semáforos acomodando sus miembros a la infraestructura. Por eso a veces aparecían con una extremidad de menos que el día anterior lucían. Si para dormir a gusto les sobraba, yo que sé, pongamos que un brazo, lo apartaban para siempre de su anatomía como si nunca antes lo hubieran tenido. Sin apego, ni remordimiento alguno.

Una mañana  uno de ellos, con un brazo de menos, al día siguiente fue la pierna contraria. Después fue el otro brazo y finalmente la única pierna que le quedaba. Por eso todos se empezaron a reír de él ¡en que semáforo tan pequeño debía de dormir!

Por las noches los colores del semáforo lucían según el estado de ánimo de su inquilino.

El verde brillaba si habían obtenido una buena recompensa durante el día o si de repente se sorprendían tarareando una canción que creían olvidada. Cuando recordaban algo y tenían morriña de otros lugares y sus gentes resplandecía el naranja, por que los hombres que vivían dentro de los semáforos no sabían si eso era bueno o malo. Por una parte les entristecía el hecho de que hubiese cosas que echasen en falta, pero por otra los recuerdos les anclaban a la vida. Sin embargo, ¡que cuidado había que tener con el semáforo en rojo! Sus vasos de cartón no tintineaban lo suficiente, o las tripas les rugían y querían arrancarse el ombligo. A veces su furia llegaba tan lejos que las bombillas rojas habían llegado a estallar.

Cuando algún semáforo se rompía durante el día esperaban pacientemente sentados en un bordillo hasta que llegase el operario y les devolviese su medio de vida mientras la circulación se volvía loca. Pero si este tardaba en llegar, o simplemente no llegaba, ellos, sabiendo que aquella no era su competencia, se metían dentro del semáforo cuando nadie los miraba y arrancaban las venas de sus brazos, si es que aún conservaban alguno, para unirlas a los circuitos y cables y dejar allí fluir su sangre. Cuando el luminoso volvía a tener pulso volvían a pedir monedas con cara de no haber hecho nada.

Alguna vez al llegar el operario se había encontrado su trabajo hecho y había pensado que se trataba todo de una broma.

Y así fue como la gente supo por primera vez de la existencia de los hombres que vivían dentro de los semáforos.

Publicado  originalmente en  Falsaria

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rblasco1985@hotmail.com


1 comentarios:

Anónimo dijo...

yo kiero que a willian los saquemos y que se enferme que los rechazen los conductores y compañeros y que se enferme la familia y que cuando se este echansdo un pipazo le de un ataque al corazon y que nunca vuelva mas y cada dana que los policia se lo lleven y que todo el mundo le de la espalda a donde valla y que lo descriminen y que nunca mas vuelva al semaforo que se muera

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