La revista que reunió a numerosos poetas salidos de la caldera de los 90 y logró consolidarse como un mito de la resistencia político-cultural de la producción literaria de aquellos años. 


por Ezequiel Landaburo

Empecemos desde el lugar común. ¿Qué ocurría en la Argentina en el año `90?
Para el mes de marzo se producían las últimas olas de saqueos comenzadas en mayo del `89: crisis generalizada; un año antes se había sido editado ¡Bang! ¡Bang! Estás liquidado;  Hora Clave ganaba el Martín Fierro a mejor programa periodístico; aparecía brutalmente vejado el cuerpo de María Soledad Morales, desnudando la corrupción catamarqueña y el deliberado encubrimiento del poder político nacional de turno; Chaco For Ever lograba la permanencia en la Primera División del Fútbol local, ganando el desempate a Racing de Córdoba por 5 a 0, River sería el campeón; el menemismo arrollaba con la Ley de Reforma de Estado, sancionada un año antes; Franja Morada hegemonizaba los espacios políticos universitarios; en la generalidad de la juventud política se desvanecía aquella ilusión de la primavera alfonsinista; el asalto a Tablada era un hecho reciente. “Algunos pibes de los que fueron a Tablada vos los habías visto en la puerta de Cemento”, dice el poeta Martín Gambarotta[1]. En noviembre de 1990 se edita el primer número (doble) de la revista literaria 18 whiskys, nombre atribuido al récord de Dylan Thomas. 

----Hay quienes pretenden hablar de una generación de poetas del 90. Para ellos sería indispensable 18 whiskys, allí no solo encontramos poemas de los entonces jóvenes de los 90 sino también el armado de un campo de pertenencias (no tanto de legitimaciones, para ello estaba el Diario de Poesía) en el que se dejan ver la conformación de un campo cultural-artístico específico. Tanto el neobarroco perlongheriano como las influencias de la poesía objetivista norteamericana de Williams Carlos Williams, que por continuidad tenía algo del imaginismo de Pound, no eran canónicos ni de circulación masiva. En una entrevista, Damián Ríos dice al respecto de esta generación: “Me parece fundamental la relectura que hicieron muchos poetas de autores como Zelarayán, Joaquín Gianuzzi, Arnaldo Calveyra, Andrés Caicedo, que en aquel momento circulaban casi exclusivamente en fotocopias y hoy se puede acceder a ellos a través de obras reunidas”[2]

Este grupo representó su propio canon y optó por una resistencia político-cultural de la producción literaria. Si se asume esa resistencia como un acto más o menos deliberado es otra discusión (por ejemplo Punctum, de Martín Gambarotta que, reeditado hace pocos meses, toma una posición crítica consciente respecto a ese momento político).

El grupo de 18 whiskys reúne una parte de los numerosos poetas salidos de la caldera de los 90, y establecer entre ellos caracterizaciones demasiado generales puede ser arriesgado; en ese sentido es preferible delimitar las relecturas de esta generación que sirvieron a la conformación de un nuevo canon, o bien encuadrar el fenómeno en el cambio en los modos de producción, la difusión de las obras y la ruptura de cierta concepción individual en pos de una producción colectiva. Sin dudas, estos factores afectan la actualidad literaria. Los ciclos de poesía, por otra parte, otorgan hasta el día de hoy nuevos espacios de circulación de saberes, muchos menos dogmáticos y más populares, una sutil forma de sacarle la careta a la poesía.

18 whiskys es muy difícil de conseguir. Sus dos números, ambos dobles, son de los años 90 y 93 (hay un tercer número del que lo único que se sabe es que no fue publicado). El grupo editor comenzó a formarse entre integrantes de la carrera de Letras, entre ellos Daniel Durand, José Villa y Rodolfo Edwards, a quienes se sumaron Darío Rojo y Fabián Casas, Juan Desiderio y Gerardo Foia y otros. Ya a fines de los 80, algunos de los integrantes de este grupo publicaban La Mineta, un órgano de poesía de una sola hoja, diseñado especialmente para su circulación y con un concepto sustancialmente colectivo; cualquiera que estuviera interesado en publicarlo, no tenía más que pedírselo a su director Edwards.

Decíamos, la dificultad de conseguir la revista la convierte en una especie de mito, se sabe fundamental para la época pero no son muchos quienes la leyeron. Dice el mito que Juano Villafañe, por ese entonces a cargo de Liber/arte, fue uno de los principales motivadores, haciéndose cargo -en parte- de la financiación de la revista. Se dice también -en aquella época, los noventa, pasaban tantas cosas y tan pocas a la vez- que la recepción, entre los iniciados, fue deslumbrante. 

En el primer número, se destacan la conversación sobre Girri y una entrevista a Jorge Alucinio y Arturo Carrera. Este último, vinculado con el neobarroco que, según José Villa, fue punto de coincidencia en cuanto a disconformidad por parte de los integrantes de la revista[3].

Por el contrario, y de eso va la segunda entrega de la revista, hay una toma de partido por el objetivismo, pero para evitar, nuevamente, riesgos de encasillamiento, digamos que la toma de partido es por el lema de Wiilliams “no ideas salvo en las cosas”. De ahí la nota de Fabián Casas sobre Joaquín Gianuzzi y el dossier de Williams en donde se presenta la relación de éste con Pound, una traducción de fragmentos del Paterson, a cargo de Sergio Raimondi; más un reportaje inédito traducido por Teresa Arijón y una críticas de Durand a un poema. Sobre el final de esta segunda entrega hay una recomendable (aunque probable-seguramente no consigas la revista) entrevista a Diego Maquieira titulada por su escandalosa declaración: Se puede ser barroco sin ser maricón.
También conforman este número una antología de poesía japonesa, un poemas de Villa y de Ainbinder, una aguafuerte de Edwards y poemas de Juan Desiderio y Daniel Durand, entre otros.

Las producciones y discusiones que se dan en torno a estos dos números marcan un camino significativo para parte de una generación de poetas, escritores, editores y traductores que recién comenzaba a imponerse. Pasarían muchas cosas de ahí al final de la década, digamos que se empieza a abrir el partido a los ciclos de poesía, concursos y otras revistas literarias (entre ellas, quizá las más conocidas sean Vox y La novia de Tyson) que se fueron perdiendo o encontrando como hoy 18 Whiskys, que probablemente no exista y sea parte de una esquizofrenia colectiva que dejó la década neoliberal. Y así  pasamos las tardes de invierno leyendo revistas que ya no existen y tal vez nunca existieron.     


[1]    Martín Baigorria, “El poema es un medio de comunicación”, en Ni a Palos, 5/02/2012, pág. 6 
[2]    Mercedes Halfon, “Poesía eres tú”, en Radar Libros, Página/12, 27/12/2009
[3]    Osvaldo Aguirre, “José Villa: Busco que el poema tenga una ondulación musical”, en Diario de Poesía, diciembre de 2011 a mayo de 2012, pág. 4

1 comentarios:

Adrián PONZE dijo...

Buena nota ¡gracias! A propósito de la posibilidad de encontrar la revista, un par de veces he visto uno de sus números en mercadolibre. Si no es muy probable que esté para la consulta en el CCC de Capital

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