El tesoro que nadie quiere, un disco de transición y evolución, una pequeña muestra de lo que vendrá.
por Nadia Sol Caramella

Las batas hacen la intro y la guitarra va asomando de a poco, primero con unos rasguidos bien limpios, casi acústicos, luego un punteo insinuante le da paso a la voz: “Parece que no dice nada pero está mostrando los dientes”, así arranca el Tigre de las facultades, el primer tema del nuevo EP de los 107 Faunos.

El tigre no dice nada pero está ahí, en medio de la facultad, mostrándole al mundo un gesto que dice más que las palabras. La melodía se mantiene en un tono cálido: pareciera dictarnos al oído un pequeño secreto, la receta de una “bronquita hermosa” quizá de un tiempo pasado y jamás pronunciada. “Fue y volvió de buscar la fiebre”, dice Juan Pablo Bava y más adelante: “sus problemas con Juan no los resolvía”. Encontramos el conflicto, y el resultado, es esta canción, las guitarras hacen dibujos mientras las percus repiquetean como pequeños ecos de algo. Al final, unos coros dulces se suman al punteo rocker terminando de definir la situación, no hay broncas, sólo memoria.
En el segundo track: “Lobo mío”, la cosa empieza a crecer, es un poquito más rápida que la anterior pero no termina de prenderse fuego. Dura apenas 1:42 minutos es una canción hecha a base de un estribillo y algunos versos, bien minimalista. La letra dice que el cielo azul grita, es una buena imagen, cómo para preguntarse el porqué del asunto. También, hay una legión de gente a la que el corazón no les entra en el cuerpo, qué suerte todavía hay de esa clase.
En general el disco tiene letras hechas de imágenes fragmentarias, parece una sumatoria de haikus. Pero “La luz de las antenas” tiene eso en una dosis alta. Es posible imaginar un personaje captando imágenes, en un atardecer que podría ser platense, caminando sólo mientras el cielo ennegrece y las luces de la ciudad hacen lo suyo. E imaginarlo yendo a ningún lugar, ensimismado en sus pensamientos. A este tema no le cabe otra descripción: es la música que se escucha en un atardecer de ciudad, mientras las inquietudes de un hombre o una mujer hacen que las cosas se vean distintas, como si fueran eternas.
Este es un disco de transición, los faunos lo catalogaron así. “Con y contra” y “Boxeador mexicano” tienen eso, en la melodía de la voz hay algo de punk alegre pero con mucho del 2000, post Strokes. Las batas, más al palo que en los tracks anteriores, van de la mano con las violas, proponiendo distintos clímax en la misma canción. Si bien es cierto que hay influencias de bandas como Pavement y de Perdedores pop, los faunos están camino a una evolución estética, a una producción más firme, prolija, con una impronta personal, cada vez más evidente. Hay de todo, “Cachorros” es otra en la que se puede encontrar vestigios de lo que están dejando atrás y de lo que vendrá, según como se mire.
“Panchito en Hawai” arranca con la voz de Mora Sanchéz Viamonte cantando “siempre estás como ausente de las tardes de paisaje soñado” el tono es intimista y pareciera estar en sincronía con los paisajes de atardecer de “La luz de las antenas”, como si fuera una contestación inconsciente, que se desprende del disco. La composición de esta canción es heterogénea la música le pertenece a Diego Darrigrán, ex cantante de Mazinger, y la letra está basada en una poesía de Francisco López Merino, adaptada por Javier Sisti Ripoll.
“Buscamos el futuro escondido en el pasado, no existe la esperanza, si los desesperados”, ¡qué frasecita! Los desesperados buscan un futuro en el pasado, como si fuera posible encontrar el porvenir, en lo que ya no está, pero “Modelos de prueba” es una canción alegre que te invita a gritar: “soy un Bart Simpson mal dibujado”, y qué si somos simples modelos de prueba, nunca definitivos, así es la vida: mutación constante.
Son interesantes las transiciones, cuando las bandas mutan y el sonido se llena lo que dejaron y de lo que vendrá. En lo que se oculta y en lo que apenas se deja ver está la magia, la ilusión: el don del buen mago.
En la mitología romana se creía que el Fauno era un ser bondadoso, un dios de los campos y las praderas. Tenía un don profético, revelaba sus predicciones a través de apariciones espectrales y sonidos terroríficos. Hoy esos “sonidos terroríficos” son una comunión equilibrada de violas distorsionadas alegres, voces tibias y por momentos jadeantes, teclados amigables y una batería que va de un ritmo a otro, microclimas reflexivos, íntimos y más al palo. En definitiva son El tesoro que nadie quiere, una aparición espectral de lo que se viene en el laberinto fauno.

0 comentarios:

Publicar un comentario