La última mesa a la izquierda- me dijo el acomodador.

- Ahí, ahora una de la chicas se acerca y te trae los cartones.

- ¿Pero que mesa? Pregunté.

No la veía, me sentía perdido, como en una boda de esas en las que no sabés por qué te invitaron, ni quién te invitó y la búsqueda de tu mesa te marea. Esta era una boda muy grande, muy iluminada y con catering de cartón. Esa era mi mesa, la última a la izquierda. Una señora con el pelo enrulado, teñida de rubio, los labios pintados de rojo fuerte y los ojos muy delineados, hablaba por teléfono en guaraní. Me sonrió dándome la bienvenida. En este micro mundo todos parecían profesionales, doctorados, licenciadas, másters en suerte. El azar está escrito, el destino no.


¿Es tu primera vez?- no preguntó, afirmó la señora de pelo enrulado teñida de rubio. Yo asentí. Vas a tener la suerte de principiante-me dijo con cierta dulzura y guiñándome un ojo.
Completaban la mesa una anciana, nunca le vi los dientes, no tenía dientes, temblaba mucho y sonreía como un delfín en mundo marino. No me saludó. Me miraba de reojo, con desconfianza. Otra señora, también mayor, estudiaba su cartón y cada tanto miraba hacia el techo. Tenia algo del Negro Rada, podría ser su madre. Había también algunas personas jóvenes pero… pensionadas, pensionados, jubilados, retirados eran condiciones más habituales en la sala. Casi todos llevaban esa credencial impresa en sus miradas. Esperando, ese era el estatus. Y el esperante de la fortuna lo hacia en orden, en fila, en número.
-Cin-cuén-ta- i-och- oh!, cinc-o och-oh!, Cin-cuén-ta- i-och- oh!.

No sé que mierda hago en un bingo un sábado a las 11:28 de la noche. Estar sólo un sábado a las 11:28 de la noche es un poco triste y estar sólo un sábado a las 11:28 en un bingo…es un atentado a la alegría.





Pero no puedo sumergirme en cuestiones existenciales. Acá no hay lugar ni tiempo para castigarse. Una sola distracción, una desatención y te perdés un número y si te perdés un número te podés perder una línea o el pozo, una montaña al revés. Esto es maravilloso. No pensás en vos, te vas de vos. Compartís una mesa con desconocidos con los que ni siquiera tenés que mirarte a los ojos (no hay tiempo para eso) pero de una extraña manera estás acompañado. Todos venimos a escuchar números, y escuchar números es una cuestión de a uno, es algo personal. 2 pesos el cartón y el vuelto generalmente vuelve en fichas o vales para seguir jugando y no te das cuenta y seguís probando.

En una mesa cercana un flaco perdía la línea, estaba en pedo, agitaba los brazos y el vaso. Tenía ojeras, la cara ovalada, la pre temporada de una calvicie, la camisa afuera del jean que usaba con dobladillo, y unos zapatos negros que parecían escolares.

-Dale putos, quiero mis bolillas! dijo.

-¿Que pasa que no me la llenan de Bingo?! Eh?!

Una chica que lo acompañaba trataba de calmarlo, avergonzada. Un mozo y un tipo de traje lo invitaron a retirarse. Parecían conocerse. El borracho y la novia se fueron a los tumbos. Esta es mi fiesta giles!

-Yo soy el señor de los Bingos, el número 1!

Esto lo dijo con voz de locutor, con la voz de quién canta números en un Bingo.


Es como el paco, me habia dicho un amigo. El bingo es el paco de los juegos.

Creo que nunca en mi país había sido testigo de tanta concentración colectiva, tanta obediencia, tanto orden y respeto amuchado. Ni en un lugar sagrado, ni en una iglesia, ni en un templo, ni en un colegio muy estricto se genera tanta atención. En el bingo, ni se tose, ni se bosteza se presta atención. Los números son mantras, se anuncian, se cantan y se repiten en cientos de mentes que no se dispersan por nada. Y como en misa o como en un aula grande, hace frío, ese frío de calefacción distante. Las luces blancas nos vigilan, nos despabilan arrogantes hacia abajo. Desde el altar, la voz es la de un divino pastor, o una enviada para anunciarnos nuestro tan azaroso destino.

-Línea! Línea Señor! grita emocionada una señora mayor y en la alfombra gris se tropieza pero no se cae al piso, llega a pasos atolondrados hasta aferrarse sobre otra persona que sin darse cuenta la rescata. Acá nadie parece darse cuenta de nada. Y la señora tampoco se dio cuenta que le faltaba un número, un error el 59 no había salido y seguimos jugando por una línea. 39… tres nueve, 65… seis cinco, 6…seis, 13… uno tres… 48, cuatro ocho cua-ren-ta-i-och-oh! y los números hablaban, se contaban cosas entre ellos, sociabilizaban. Yo quería cambiar los números, cantar una línea o tomarme el pulso y pensaba…voy a gastar lo mismo que en un cabaret. Al final no es tan deprimente ir a un cabaret. Hay cosas peores. Es hermoso el cabaret! Y le mandé un mensaje de texto a Leboski, así le digo a mi amigo, el que me había dicho: El bingo es como el paco.



El paco de los juegos me quemó el cerebro.



-Dale, vamos. Donde estás? es la respuesta a mi mensaje de texto.

-En 20 paso por ahí, me dijo. Otro número pensé.



Y esperé 27 minutos en la puerta del Bingo y fuimos a un cabaret. El cartel de neón luz roja y el nombre del cabaret se encendía y se apagaba, se encendía y se apagaba: Chat rodeado de un signo de interrogación (?) ¿Chat?. Raro, ¿Chat de gato en francés? o ¿Chat de chatear ?. Raro. Y me acordé de una vez oir decir que el signo de interrogación es un jeroglífico. Que la marca de interrogación simbolizaba a un gato que se va. El punto y la cola y la incertidumbre (?). En la barra le conté esto a Cindy, 23 añitos, cola real, frigobar s/cargo, toda, la diosa de Nuñez. ¿Vas a pasar o no? Dale flaquito...

¿Por qué las putas se visten como putas? Vestidas de lycra chillón y berreta, escotadas sin gracias, haciendo equilibrio en sus tacos aguja, maquillaje exagerado, perfume de imitación. Si fuese puta pensaría más en la pilcha y en como vestirme de mujer corriente, en vestirme como las chicas que me querría coger en mi trabajo, en la facultad, en el tren, en la vida o en un bar.

¿Querés mi colita? -me revendió Cindy



Y no. Los números me habían quitado la libido, los signos de interrogación también. Y el terciopelo sucio, el humo, tabaco, microclima rancio, olor a lubricante, preservativos, libre participación, hedor a sexo, lavandina, desinfectante. Terminé mi fernet mirando el último número de la noche, Kayra bailando sobre el escenario y la Bestia Pop de Los Palmeras...cum chichi cum chichi cum...



Y nos fuimos.



-Tengo la cabeza llena de números Leboski, le dije.

Por lo menos gastaste poco y no te perdiste de mucho y estamos bien, me tranquilizó. Chau, nos saludamos.

Y esperé el colectivo... y el bondi y el bingo...-Que palabras, pensé. Bondi, bingo... Y llegó el 59, otro número. $1.25 más números. Y en el trayecto pensé en muchas cosas. Pensé en la señora que se tropezó, que creyó haberse ganado una línea y la imaginé más sola después llorando por su suerte, por su vejez. Eran las 2:30 de la mañana. Miré por la ventana. En un farmacity la gente hacia cola, en silencio, esperando su turno, esperando el próximo número.


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Relato de Martín Wilson

Línea 59 pertenece a la Trilogía: Vals en False City

Contacto: tiemposdeneon@gmail.com

6 comentarios:

Anónimo dijo...

entretenido. saludos

Anónimo dijo...

El bingo es el paco de los juegos. genial
las personas haciendo cola en el farmacity..

Anónimo dijo...

great!

Anónimo dijo...

escribís y pensás raro wilson. no ´se si es triste o gracioso.
el Cuica

Anónimo dijo...

te extraño tony. k

Anónimo dijo...

Encontré esto creo que es e´l
http://nograciasavos.tumblr.com/

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