Buenos aires abrió sus piernas antes mi, y al fin pude adentrarme en algunas de sus historias. Todas sus calles me condujeron a La Bukowski dorada en pleno barrio de La boca a una orilla del río.
Un verano, aburrida de mis paranoias, decidí tomar el 53 y viajar.
Aturdida por el calor y lo pensamientos me senté en la vereda de un bar. Una mujer salió a limpiar la entrada. Me sorprendió porque era una mujer hermosa pero desproporcionadamente alta. Me sonrió mientras tarareaba una canción y movía la escoba de un lado a otro. Tenía la mirada más amable que había visto hasta entonces. Le dije: -¿está abierto señora?, me respondió “si, princesa pasa y te sirvo algo”. Era una figura maternal y despampanante. Usaba el estilo Susana Giménez, hasta tenía un perro llamado Jazmín. Llevaba unos 40 años apilados sobres sus tacos, cantaba y bailaba temas de los cincuenta con gracia. Le conté que me gustaba mucho esa música porque cuando mi viejo se fue, se olvido dos discos que marcaron mi infancia: Rubber soul y un compilado de The drifters.
Charlamos, me mostró sus cuadros, le conté que quería ser escritora y me alentó hablándome de Hank. Empecé a visitarla seguido.
Yo estaba sola, no tenía muchos amigos, ella al parecer tampoco. Gloria fue mi mejor amiga. Era la travestí más codiciada de la zona porque era atractiva aunque en ese momento las otras travestís no eran competencia, estaban arruinadas por la prostitución, y las malas pagas, era el 2001 y la crisis también las jodio.
Ibamos juntas de picnic, a los parques, me regalaba libros, me aconsejaba. Fue una mamá-papá para mí. Me cuidaba mucho. Pero había algo más, ella tenía zonas enigmáticas que nunca me develo pero que intuí, era un dolor de años, lo sabía porque llevaba una expresión en la cara, detrás de la sonrisa cálida que la caracterizaba, como si algo le faltase.

Habló con mi mamá para que pueda pasar los fines de semanas en su casa, por suerte mi mama no tiene prejuicios, aceptó.
Las noches que pasé en su casa, me llevaba algo rico de postre a la cama y charlabamos hasta que me daba sueño y ella iba a la terraza a escribir. Después de varios fines de semana le pregunte si podía ver lo que escribía, me dijo que no, porque eran cartas para alguien. Me intrigo la respuesta. Empecé a espiarla, la vi llorar mientras escribia, a veces sonreia y abrazaba una foto. Un día me acerque sin darle tiempo a guardarla, ella tampoco atino a hacerlo, y la vi, era una mujer embarazada. No pregunte pero su mirada, hablo de más. Preferí el silencio, y la agarre de la mano.
Ya pasaron varios años desde la Bukowksi, crecí, empecé a ir a la facultad y dejé de visitarla. Aunque hablamos seguido, un día dejé de llamar, ella también, tenía razones para no hacerlo. Todavía la quiero tanto, ella lo sabe, donde sea q este. Le prometí volver pero no tengo valor.
Gloria murió hace varios meses.
Mi cuerpo hoy es un nudo, la extraño. Ella me enseñó a ser libre, a saber que para vivir hay que esforzarse, me hizo entender que ser mujer no es ser débil y que la luna da energía a los que bailan.
Me acuerdo cuando poníamos play a The temptations y bailábamos como locas bajo la luna, hasta que terminaba la canción y volvíamos a empezar.


Hoy voy a volver.


Tomé el 53 como antes pero ya no es verano. El bar sigue igual, las misma caras, un par de años más viejas, también hay algunos nuevo talentos…los personajes que siempre me sorprendieron ahí están, parados, sosteniendo la escenografía viva de mis recuerdos: el tanguero que no canta ni baila pero que si consume coca sigue ahí con su sonrisa a lo Gardel. La travestí, que se travistió después de la crisis de los noventa, cuando la echaron del banco, cuando por fin se sintió libre y sin un peso, allá por entonces fue a las calles a cobrar lo más caro posible, primero como chongo y después como Sofi. Miranda, el mate, marcos, Juan en el piano, la bandeja, la foto de Sabina autografiada. A simple vista: todo normal, pero no es Gloria la que sale a recibirme con Jazmín correteándole entre las piernas, es su hija.
Gloria la busco tanto tiempo… pero fue Marina quien la encontró. No se llegaron a conocer. Le conté todo lo que sabia de su papá, hasta lo que no sabía también.
Las cartas eran hojas mudas para mi, pero sabia muy bien donde eran guardadas. Las buscamos y si, eran cientos de cartas escritas para Marina. Ella era el pedazo faltante detrás de la sonrisa de Gloria, la respuesta a esas cartas, a aquellas lagrimas.

La madre de la chica se la había llevado donde nadie pudiera decirle la verdad sobre su papá: la rubia platinada y sofisticada, artista, dueña de un bar de locas, putos, putas y trabas. El lugar más calido que conocí, ubicado en una esquina donde el reflejo del sol en el río pintaba de dorado la fachada y coronaba así a la gran Bukoswki dorada y a su timonera, la bella Gloria… Siempre Gloria.

3 comentarios:

xoana dijo...

realmente muy bueno. mis felicitaciones para nadia, que escribe cuentos tan bonitos

Sofía dijo...

me encantó nena, mucho. muchísimo.
te felicito.

Nadia Sol dijo...

Gracias muchachas!!

bienvenida sofi, ya se la extrañaba por estos pagos!

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