En una noche de frió volviendo a mi departamento, en un barrio federal; recibí una llamada desde mi teléfono celular. Una vos extraña y desconocida me informaba que mi madre había sufrido un accidente. Debió ser algún parte de algún hospital o algún enfermero, en general se encargan de este tipo de cuestiones informativas para los familiares mas allegados al accidentado.
Cerré el teléfono, y sin volver a mi casa, decide desviar mi rumbo comun.Sin razones lógicas comencé a dirigirme hacia la dirección que me encomendó el sujeto de la vos extraña y desconocida. Era en u hospital en la zona oeste de la provincia de Buenos Aires. Subí al 136, pero antes decidí llevarle un regalo a mi madre (pensé que quedaría conforme con un obsequio, si todavía no estaba muerta). Hacia muchos meses que no teníamos contacto y se me ocurrió que una atención de ese tipo justificaría tantos meses de ausencia, por no querer expresarlo en años. Compre un enorme oso de peluche barato, en el único quiosco que encontré abierto sobre la calle Rivadavia, casi llegando a la plaza de Flores.
Mientras viajaba, comencé a pensar en la extrañeza de la situación; es decir: una llamada durante esa noche y a esa hora. Lo que más me resultaba insólito es que fuera a mi a quien habían decidido avisar, teniendo mi madre, dos hijos mas que vivan con ella. Quiero decir que ellos tenían muchísimo mas contacto que yo; como para asistirla con mas urgencia a esa hora. Aunque a decir verdad, ellos, resultan mas inhábiles que el oso que llevo en mis brazos. Una posición ridícula me invade arriba del colectivo. Menos mal que hacia esa hora no viaja mucha gente hasta la provincia. Tal vez sea por esa razón que el supuesto enfermero acudió a mi número de teléfono de modo particular. Voy pensando que cuando llegue me enterare.
No había absolutamente nadie en la calle cuando baje del transporte. Y menos mal, porque siendo de otro modo, me sentiría verdaderamente ridículo; caminado en una calle muy oscura, hacia un hospital y con un enorme oso de peluche barato entre los brazos.
Llegue al sanatorio y entre. No se porque ya sabía que tenía que llegar al final de un largo pasillo, lleno de enfermos pudientes. Así lo hice esquivando a los cuantos enfermos desagradables, que esperan ser atendidos. Al final del pasillo, hacia la derecha, extendía otro corredor, muy oscuro y más bien tétrico. Y seguí por ese camino. Doble y cambie de camino varias veces, sin conciencia de hacia donde me dirigía. En un momento de dubitación pensé en volver a la recepción y preguntar cual era la habitación. Era lo que tendría que haber hecho al entrar. Pero ya estaba perdido en ese lúgubre lugar. De un momento a otro, me encontré con un anciano parado al final del camino y resolví pedirle que me indique dirección. Extraña sensación, pero pensé que el anciano me estaba esperando. Estoy casi seguro de que era así. Lo seguí por la horrible oscuridad hasta una enorme puerta de madera. El anciano, sin hablar, señalo el centro de la puerta observe que colgaba de ahí un cartel de color blanco, que resplandecía entre tanta falta de luz. Estaba escrito mi nombre y mi apellido, completo y bien escrito. Abrí y entre sin cuestionar. La puerta se cerro con un golpe seco cuando entre, sin que me diera vuelta para poder verla cerrarse, solo pude escuchar el crujir y, mas tarde, (en cuestión de milésimas de segundos) el ruido del cierre. Era una habitación tan fantasmagórica como los pasillos que antes había transitado y que poco recuerdo. Muchas cosas tienen que ver con la inexactitud del recuerdo: la falta de luz, mi sola presencia y la estupefacción de la situación. No entendía porque estaba ahí y quien me recibía de aquel modo.
Había una cama que daba a la pared húmeda y descascada. Me acosté boca arriba y sin pensar (algo no tan fácil para alguien como yo). Me di cuenta de que al final de la cama estaba un perro, parado mirándome, de color marrón muy claro y era bastante grande, parecía un caballo de pequeña estatura con cara bien de perro. Siempre le tuve miedo a los perros, a que se me acerquen.
Pensaba en dónde podría estar mi madre, porque para algo estoy ahí. Pensaba en eso solo por el deseo de asistir rápido; como si fuera un trámite burocrático de lo más sencillo. Mientras ocupo mi cabeza en eso, el perro comienza a ladrar muy fuerte o lo suficiente para asustarme. Me levanto, tomo mis pertenencias (la cartera, el tapado y la bufanda fina), dejando el oso sin darme cuenta de tomarlo. Salgo de la habitación ¿Quién pudo pensar que me iba a quedar a dormir en ese lugar?
Salgo y me encuentro frente a otra puerta parecida a la mía. Pero, con la diferencia de que el cartel tenía los nombres de mi madre. Dueño de una gran agitación, abro la puerta. Entro. A mi izquierda descansaba un niño, aunque yo sabía que era una nena; el tamaño de la cama era acorde al tamaño infantil. Frente de mi, mi madre me extiende los brazos, grita mi nombre. Estaba vestida con un disfraz de peluche color celeste; me mira y me pide que le traiga un regalo, cuando pueda. Yo le contesto que se lo traje, pero lo deje olvidado en la habitación. Ella se conforma con una expresión dócil. Me pregunto para que gaste en el oso, no hubiera comprado nada si iba a ser tan sumisa.

* * *

Me despierto muy transpirado en mi confortable cama de bronce labrado. Fue el teléfono de línea que sonó y no logre levantarlo. Escucho el mensaje de contestador automático. Bueno, efectivamente, ella ya estaba muerta. No me gustan los velatorios ni los entierros, así que me lo ahorro.

2 comentarios:

Cristian Franco dijo...

magnífico... igual, "seguilo trabajando"...

uno más dijo...

Que buena historia.
Al principio va medio trillada y se pierde en algunas descripciones que no logran ser trascendentales, pero una vez que llega al hospital me parecio muy bien narrado y muy bien descripto todo. Con excenarios muy interesantes y situaciones extrañas contadas de tal manera que te meten adentro, el cuento te va ganando.

Muy bueno

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