Siempre que pensamos en la palabra poética, pensamos en un dispositivo que de alguna manera se sirve de sus herramientas para dialogar con el pasado y con el futuro a través de un lenguaje universal. El poemario de Carolina Lesta dialoga con la historia del amor, con los presentes que se desarrollan en él, porque el amor es siempre ahora en el pulso mismo de la respiración, nunca es, siempre está siendo.
Quizás, estemos en lo correcto al decir que es el lenguaje más universal de todos, y quizás estemos de acuerdo si decimos que la memoria no es el único lugar donde detenerse a pensarlo, porque allí hay algo que se gana, pero también hay algo que se pierde. En ella el amor es un sentimiento que se construye racionalmente, puedo decir “amé” y explicar por qué, y decir el cómo, y entender la ausencia. Éste es un libro que construye el sentido universal del amor que no está atravesado por la rigidez de la memoria, sino por la pulsión pasional del momento –ahora-. El “yo” poético, en el fluir de la consciencia recupera minuciosamente un lenguaje mutilado, e inexacto apoyado en la incorrección precisa que carga todo acto afectivo. No para cambiar, no para entender, sino para aventurarse a un terreno sensitivo.
Pensar al amor desde la memoria, cuando hablamos de escritura, conlleva una resubjetivación que coloca al Eros en una posición irreal e idealizante. El Ahora es el territorio donde la experimentación poética encuentra la posibilidad de realizarse, mágicamente, anárquicamente, con posicionamiento político- social que surge desde el inconsciente, sin decirlo, sin aclararlo, sin jactarse de ello. Porque lo importante no es jactarse de las formas del amor, sino experimentarlas. En tiempos donde debe deconstruirse todo, el “yo” de la poesía, por el contrario, prefiere construir insistentemente, vorazmente, con devoción, con la fuerza terrible con que se vomita el poema, para volver a tragarlo y nuevamente vomitarlo.
Algunos pasajes del libro parecen estar signados por cuadros de desesperación, en donde todo lleva a la muerte, pero no se teme a la belleza que radica en ella. El verso corto que lo atraviesa pareciera la respiración pasional y doliente del deseo que emana en los actos de afecto. El verso largo es la agonía que todo amante siente cuando se le estruja el estómago por la velocidad misma del tiempo.
Para el “yo” poético, esa pasión y esa construcción estética, pueden hacerse sólo en un estado de perturbación, y en ese temor radica la fuerza del tiempo presente capaz de dialogar con todos los discursos: “Es de noche y nos reímos/ pienso/ esto va mal/ esto va mal Maria Carolina/ y hacia allá vamos”. Porque el amor, según estas palabras, no puede pensarse, el amor es una pulsión de muerte, y si bien podemos intuirla, no podemos del todo nombrarla. Anarcoamor no es solo una operación estética, sino también una operación histórica.
Por lo anterior, no existe reconocimiento de lo posible, del dolor posible, de la tristeza posible, sino el reconocimiento de lo que trabaja en el cuerpo: “quiero que me escribas en la espalda con una fibra negra/ que me escribas lo que estés pensando”. Sin embargo, la comprensión de ese Otro (entiendo Otro como todo lo que no soy Yo) no le impide focalizar dónde está el amor y dónde están los límites, difusos, rockeros, militantes, fastidiosos.
En otro orden de cosas, el título se enmarca en la colección Pechos Calientes de Ombligo Cuadrado Ediciones y es un dato que me parece estratégico, como la estrategia misma de la guerra. En la solapa se plantea que los poetas de Pechos Calientes “Nunca se cansan de aprender”. Es el caso: “Sé que va a insistir en amarme/ yo voy a insistir en dejarlo/ (…) insistimos en no creernos/ insistimos/ en coger/ insistimos/ insistimos/ insistimos/ sin más remedio (…)”. Existe en Anarcoamor una forma de vinculación signada por el desarrollo empírico de los sucesos y en la que el cuerpo es también capaz de procesar los estímulos del orden de lo cognitivo y de lo metafísico.
Por otro lado, pareciera que el “yo” poético, en ese aprendizaje que mencionamos anteriormente, lleva el conocimiento, en tanto aprehensión de la empiria, al extremo. Carl Jung, de alguna manera, plantea que amamos según fuimos amados y el “yo” poético entiende muy bien esa construcción cultural, y es capaz de observar despojado del prejuicio. No hay moralina, ni acto moralizante en su escritura: “quemame, pero no te vayas/ odié que me gustara tanto”. Salva y es salvado, en el silencio, en la despedida, en la soledad, en la franja que separa la muerte y la vida.
Diana dice “No todo lo que vive puede caber en el poema”, y Lesta con su poética nos deja pensando, tambalenado como si nos levantáramos de un knock out. El poemario es demencialmente minucioso, y quizás debiéramos pensar que, más allá de la ficcionalidad, no todo lo que muere puede caber en el poema. El amor como territorio de batalla trabaja invisible y casi imperceptible para despojarnos y preocuparnos por ser en vez de saber: “siempre nos equivocamos/ estamos hechos/ vos y yo de esa madera/ quebradiza”. Estos versos, además, entran en tensión con la dialéctica del amo y el esclavo donde el doliente (es decir el que tiene más miedo de morir) es el que más ama, y el que más piensa, y que incluso en su dolor es capaz de comprender el dolor del Otro: “Cuando vos decís amor/ mi amor/ me doy por derrotada (…) vos decís amor/ y yo subo a mis terrores nocturnos/ a mis fugas/ mis fugas a otros hombres/ que cuando dicen amor no dicen nada”.
Según el “yo” poético, el amor estaría en una pugna constante por desplegarse en medio del hastío de la posmodernidad, la liquidez de los vínculos, el neoliberalismo, el catolicismo y los discursos disruptivos que, en vez de liberar, paralizan. En la contracara de esto, radica el Anarcoamor efectivo y genuino de la autora. El amor por el amor mismo, por sobre todas las cosas amor, ni bien ni mal, ni facho ni progre, amor simplemente.
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