Algunas obsesiones
Tengo el privilegio de la vista
panorámica desde la terraza.
A lo lejos, una nube de eucaliptus se alza
entre casas bajas: el oasis del barrio.
Inclino la cabeza como alguien que no tiene vértigo,
de cara al piso, para ver bien,
y el viejo aparece otra vez, son las 14.30.
Una muchacha despeinada todos los días lo empuja
en su silla de ruedas hasta los bancos de la plaza.
Sacan una bolsita con alimento, una radio portátil
y las palomas los rodean.
Desdentado, él saluda y contempla
un racimo de aves que lo huelen,
le revolotean y lo aman.
No hay don de la palabra.
Los miro mientras se ríen de las palomas,
de lo que dice la locutora,
de lo fácil que es ahí que los quieran.
...
Tengo treinta y tres años
y estoy tratando de dominar el volante.
Constantemente. Dejo y retomo.
Cuando tenía nueve, once, quince
soñaba que conducía un Falcon gris
y nunca frenaba.
Tomaba Maestra Baldini derecho y no frenaba.
Pasaba mi casa materna y no frenaba.
Durante las clases mi instructora repite
“no pensés, esto es automático”.
¿Por qué sueño que manejo?
Me despierto y busco en yahoo respuestas:
que estoy intentanto dominar mi destino,
que necesito tomar el control de mi vida,
imprudencia, falta de consciencia.
Cuando me levanté esta mañana
sólo quería manejar con la ventanilla baja.
Casi me anoto en un taller para descifrar sueños.
La ruta onírica. Eso que soñás te está diciendo algo.
Eso que soñás, sos.
Dicen que podés cambiarte el nombre:
si alguna vez soñaste que eras, por ejemplo, pantera,
te llamás Pantera
porque sos pantera.
Debe ser más complejo que como lo explico.
Debe ser más perturbador que como lo entiendo.
Hay otra forma de resolver los sueños recurrentes:
apostando. Una sola vez lo hice y gané setenta pesos.
Ahora no sé si debo cambiarme el nombre o hacer plata.
Últimamente salgo con GPS activado.
No es tan sencillo
cada tanto grita ruta desconocida.
A veces no entiendo muy bien los cruces, las líneas
y hago todo mal. Confundo caminos.
Mientras busco excusas para frenar
y poner balizas.
Me encantaría ser de esas personas
que siguen orientadas cuando giran el mapa.
Voy a dejarme el pelo largo
así el viento que entra por la ventanilla
lo tire todo
para atrás.
Quizá use un pañuelo como vincha
y ponga la radio con el volumen bajo.
Si algún día logro agarrar el volante
con una sola mano, con la otra
voy a saludar con ese gesto de “chau”:
no ondeando el brazo de un lado a otro
sino levantando y bajando la mano rápido
como quien dice presente desde un banco de escuela
y sigue en lo suyo.
...
Como se lanzan una a una las piedras
al borde de un lago, recorro
el mapa de la vida.
No es una tarea difícil, sino meticulosa
desarmar y armar recorridos solo
para entender los pasos dados.
De niña diseccioné
un escarabajo vivo en la playa.
Con una piedra bisturí saqué sus alitas,
las patas, por último sus cuernos. Apoyé sus partes
sobre una roca plana, un plato servido a la mirada
perpleja de quien quiere, necesita
entender a costa de la oscuridad.
Hace poco colgué un mapamundi
en el cuarto de mi hijo, le dije bajito
importa saber dónde están los lugares, qué hay
atrás del océano. Las aguas bailan enmarañadas y seducen.
Quedate un rato observando, pedí y atravesalas
con la fuerza que se pueda.
Aquella tarde, después de terminar mi disección
escuché por un largo rato con los ojos cerrados
ese ruido rastrillero que hacen las piedras y caracoles
cuando la ola se aleja.
*Estos poemas pertenecen a Paisajes con agua en movimiento,
libro que saldrá publicado este año por La Carretilla Roja.
| Sobre la autora |
Melisa Papillo (1984) nació y vive en Caseros, provincia de Buenos Aires. Trabaja como docente en escuelas secundarias y bachilleratos para adultos; codirige El Tresdé, revista alternativa y feminista; y es librera en Mochila de libros, proyecto abocado a la difusión y distribución de literatura para las infancias. Estudió Letras en la UBA y la Diplomatura en literatura infantil y juvenil en la UNSAM. Publicó el libro de poemas la mecánica de los días (Editorial Simulcoop, 2012). Se olvida cosas en lugares.
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