Traducciones de Federico Tinelli
Viendo a mi madre
Junto al Ford Thunderbird
se le abrió una valija.
Va agarrando su ropa
de la calle.
Amarillo es el suéter que colapsa
en un millón de hilos de azafrán.
No para de tirarlos.
Se secan y disuelven
pétalo a pétalo
en el asfalto.
Sus manos son ríos.
Sus ojos, de murciélago.
Su pelo llora.
Tengo cinco y soy perfecta.
Watching My Mother
Beside the Ford Thunderbird,
a suitcase splayed open.
She collects her clothes
from the driveway.
The yellow jumper collapses
into a million threads of saffron.
She keeps dropping them.
They wither and dissolve,
petal by petal
into pavement.
Her hands are rivers.
Her eyes, mascara bats.
Her hair is crying.
I am five and perfect.
...
¡Eureka!
Mi nombre es mío, mío, mío.
-June Jordan, “Poema sobre mis derechos”
Acá. En el granito putrefacto
y el desierto, un pueblo fronterizo
al horizonte, para mí, y la antigua
iconografía occidental que llevo
como una servilleta o un ticket arrugado.
Condenada por la tierra
que amo. Soy la persona
que condena.
No podré ser amiga del olvido nunca más.
Todos los días me despierto y siento
profunda falta. Para esto, tengo espacio
en mi vida: standapera, poeta,
pintora, mujer de besos apasionados
que se sienta en los bares
alterando el equilibrio.
Acá, las casas están hechas
de madera y estuco. Pero allá
son de piedra. Un ojo enorme, negro y bello. Un ojo
que se parece al mío.
Soy Palestina, por eso me gusta
afianzarme. El hijo que queda.
Esta objetividad escapa
a la metáfora, solo puede ser lo que es.
Mi ruego:
Que todos los seres
sean felices algún día.
Pero que puedan tomarse su tiempo.
Que se equivoquen
en el medio y no sufran
ninguna consecuencia.
Mi ruego: amigo,
espero que tu amor no sea un sádico
que anda por los boliches, diciéndole a extraños
Estás a punto de conocer al amor de tu vida.
No, vos lo que tenés es miedo
de ser libre.
Cuando regrese
a mi infelicidad, estoy segura
de cocinarle algo. ¿Mi pecado?
Me trato bien
sin ser buena conmigo.
Ellos querían, ellos
querían que vagueara
en la idolatría como una nena
en un shopping. Y si está ahí afuera
ya lo voy a encontrar. Como el pelo
enredado en la rejilla.
Las cosas no suelen acercarse
a esta gris realidad.
La mugre da asco,
¿pero las montañas?
Si amás de donde sos
Dios te ayude a quedarte ahí.
En el calor, acá,
es donde pido estar.
El mundo es terrorífico;
intento disfrutarlo.
_________
Eureka!
My name is my own my own my own.
—June Jordan, “Poem about My Rights”
Here in the decomposed granite
and desertscape, a frontier town
on the horizon for me and the old
west iconography I carry
like a tissue or an old receipt.
I’m damned by the land
I love. I’m the one
doing the damning.
I’m no friend of oblivion anymore.
Every day, I wake up and feel deeply
flawed. For these, I have room
in my life: a standup comedian, a poet,
a painter, a passionate kisser, women
sitting in cafés alone
disrupting equilibrium.
Here, homes are made
of wood and stucco. But back home,
they’re stone. A big dark beautiful eye. An eye
that looks like mine.
I’m Palestinian, so I love
to consolidate. The remaining son.
This objectivity avoids
metaphor, can only be what it is.
My prayer:
May all living things
be happy one day.
But let them take their time.
Let them be bad
in the in-between and suffer
no consequences for it.
My prayer: My friend,
I hope your lover isn’t a sadist
sitting in bars in public, telling strangers
You’re about to meet your soulmate.
No, no, you’re afraid
of being free.
When I go back
to my unhappiness, I’m sure
to cook it a meal. My sin?
I care about myself
without being kind to myself.
They wanted me, they wanted
me only to idle
around idolatry like a girl
in a mall. And if it’s out there
I’m going to find it. Like hair
wrapped in a drain.
Affairs never approach
this grizzly reality.
Dirt is ugly,
but mountains?
If you love where you’re from
god help you stay there.
Here in the heat
is where I need to be.
This world is frightening;
I’m trying to enjoy it.
...
Los poemas fallidos
van a salir arrastrándose de la rejilla para matarte
como en una película de terror de los 80. Una foto nuestra en la estación
de Santa Fe con las frentes brillando. La viuda negra reptando
desde la pila de sábanas todavía tibias por nuestros cuerpos. El zumbido
mecánico de los grillos cuando te apretás contra mí a mitad de la noche, en el momento
en que no puedo dormir y los años se repiten como una película extranjera malísima,
como si las voces estuvieran debajo del agua. Los poemas fallidos te van a robar
el aire cuando te despiertes muerto de sed, de resaca, vacío
en un cuarto donde se escucha el motor de la heladera sin parar.
Cuando todo lo que te emociona es momentáneo, un terremoto en donde
todos los libros tiemblan y nada se cae. No hay nadie que lea
poemas fallidos, pero te siguen hasta tu casa en la oscuridad y se meten en la cama
con vos. Los poemas fallidos son lindas parcas que viven en dibujos animados navideños.
Son platos de comida árabe que te dan acidez.
Una vez, en Zurich, nos sirvieron paella de conejo en una fiesta
donde festejaban la exhibición de un artista de Venice Beach
que había sido un ciruja pero ahora tragos smoothies de Erewhon a 25 dólares y cuadros
cientos capaz que miles de caras felices con sus pies. Sus lienzos
salen 25000 dólares. Los cuadros de dedos de los pies son mejores o por lo menos
más redituables que los poemas fallidos. Los poemas fallidos no van
a darte guita. Probablemente tengas que hacer marketing freelance
para poder sustentar la creación de poemas fallidos. Los poemas fallidos devengan intereses.
Se meten en tus sueños donde todos tus amigos hacen fila para chupársela
a tu marido. Hay que pagar una suscripción mensual para guardarlos en el Cloud.
Los poemas fallidos están inyectados en las venas de tu papá en su segunda
sobredosis del año. Son compartidos para siempre
cuando te cancelan por opinar radicalmente sobre política. Cuando estás
enterrado hasta el fondo, tenés un poema fallido escrito en la cabeza. Es un rezo
en forma de poema fallido, las últimas palabras
que escuchás en la tierra.
_________
Failed Poems
will crawl out of the drain and try to kill you
like some 80s horror flick. The picture of us at the Santa Fe
Railyard, foreheads glistening. The black widow creeping
from the mound of linens still warm from our bodies. Mechanical
hum of crickets when you push into me in the middle of the night, when
I can’t sleep and the years replay like a foreign movie, a terrible one
where the voices sound underwater. Failed poems will steal
your breath when you wake parched, hungover, emptied
in a room full of the steady buzz of the refrigerator.
When all that excites you is momentary, an earthquake in which
all the books shake in place, and nothing falls. No one ever reads
failed poems, but they follow you home in the dark and tuck in
beside you. Failed poems are cute grim reapers that live in cartoon snowcaps.
They’re midnight döner kebabs that give you heartburn.
Once, in Zurich, we were served rabbit paella at a party
celebrating an exhibition of an artist from Venice Beach
who used to be homeless but drinks $25 Erewhon smoothies and paints
hundreds maybe thousands of happy faces with his feet. His canvasses
go for $25,000. Toe paintings are better or at least significantly
more profitable than failed poems. Failed poems won’t help you
earn a living. You will probably have to do freelance marketing
to sustain the creation of failed poems. Failed poems accrue interest.
They seep into dreams where all your friends line up to blow
your husband. They cost a monthly cloud subscription to maintain.
Failed poems are injected into your father’s veins when he ODs
for the second time this year. They’re shared to infinity
when you’re canceled for fringe political views. When you’re six
feet under, a failed poem is written on your head. It’s a prayer
in the form of a failed poem, the last words
you hear on earth
| Sobre la autora |
Jessica Abughattas es una poeta estadounidense de herencia palestina. Se graduó en periodismo por la Universidad de Pepperdine y obtuvo su maestría en la Universidad de Antioch. Su primer libro, Strip (2020), recibió el premio de poesía Etel Adnan.
| Sobre el traductor |
Federico Tinelli (Buenos Aires, 1997) es poeta y traductor. Publicó En el Vacío Azul (2021) por la editorial Tren Instantáneo. Traduce y colabora para Escrituras Indie desde el 2021.
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